Chevrolet Bel Air 1953.
De amistades y sinsabores
Un joven de hoy no se imagina que
en los barcos casi indispensables para
venir a comienzos del siglo XX a Caracas desde San Cristóbal, Ciudad Bolívar o Carúpano, se tejían amistades
para el resto de la vida. Alberto Adriani viajó por tierra al reencuentro con
Zea -su pueblo natal- y con el país que
dejó cuando en 1921 se marchó al exterior y a donde volvió mientras el petróleo vaciaba de gente los campos. En
1931, ese viaje en carro hasta Mérida
fue completar una gesta. Rómulo Betancourt y José Rafael Pocaterra optan
en 1948 por la proeza de tomar la carretera para ir de Caracas a Bogotá,
en donde los aguarda la misión como
delegados a la IX Conferencia de los
Estados Americanos, en la que nace la
Organización de Estados Americanos,
OEA, en medio de los trágicos incidentes desencadenados por el asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán. Consideraron
que las largas jornadas por caminos
aún difíciles o a medio hacer, sin embargo, serían propicias -como en efecto resultaron- para conocerse mejor al
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conversar largo y tendido acerca de
todo y en particular revisar el trecho
de la historia de Venezuela tan de cerca vivida por Pocaterra en las primeras
décadas del siglo XX. Rómulo Gallegos va llano adentro también en la
precaria condición de pasajero, muchas
veces por rutas prácticamente inexistentes, mejores para jinetes que para
automovilistas.
En su trabajo como novelista,
Francisco Herrera Luque se movilizó
por el país para saber al dedillo cómo
somos. Lejos estaba el placer de viajar
cuando llegó hasta la hacienda La Mulera, donde el general Gómez nació en
1857, pues se trataba de una visita
esencial del escritor para adentrarse
luego en aspectos a ser desarrollados
en libros como En la casa del pez que
escupe en el agua . Tales viajes los
hacía cómodamente en el Chrysler
Newport 1965 cuatro puertas de dos
tonos, cuyo robo un diciembre estando
cargado con los juguetes para el Niño
Jesús, lo entristeció tan profundamente como a sus hijos que aquel año se
quedaron sin buenos regalos.
El robo de vehículos continúa
siendo otra verdadera calamidad pública. Se trata del gigantesco negocio
de mafias contra las que se estrellan
las autoridades que luchan por erradicarlo. Debido a este problema, muchas
cosas cambiaron en la vida de Ricardo
Marrero después que una noche se
llevaron su Toyota Land Cruiser estacionada frente al lugar donde trabajaba en el centro de la ciudad. Nunca
más supo de su primer y último vehículo, aparte de las viejas patinetas y
bicicletas que colecciona. «Desde ese
día se nos hizo difícil que los tres muchachos disfrutaran de la playa los
fines de semana porque ir a Naiguatá
o llegar a Higuerote en autobús es bien
diferente a ir en carro propio» -comenta Marrero.