mordaz tanto a los abusos y locuras de los poderosos, incluyen-
do al clero, al fanatismo, la superstición y la ignorancia del pue-
blo. Erasmo presenta la locura como una diosa, hija de Pluto y
de la Juventud, criada por la ebriedad y la ignorancia; entre sus
compañeros fieles se encuentran el narcisismo, la adulación, el
olvido, la pereza, el placer, la demencia, la irreflexión, la intem-
perancia y el sueño profundo. Esta locura que fustigó Erasmo, y
que hoy vemos en nuestros funcionarios públicos y gobernantes,
es la misma que Aristóteles llamaría la reunión de todos los vi-
cios, como la disolución y la avaricia.
Es fácil explicar la existencia de gobiernos corruptos y de go-
bernantes necios o locos cuando son tiranos, pues se imponen
a los pueblos por la fuerza de las armas y demás instituciones
del Estado.
Pero, ¿por qué los pueblos eligen sátrapas? La respuesta es más
compleja, y aquí sólo referiré uno de los determinantes: en la
sociedad tiende a imponerse la ideología de la clase social do-
minante. La clase social dominante, generalmente está ahíta de
riquezas y al mismo tiempo exenta de trabajo o de cualquier
actividad productiva; esta poderosa clase social se ha encargado,
desde el inicio de su existencia, de hacer creer que su vida im-
productiva, perezosa y vana, es el verdadero propósito de todo
ser humano, y quien lo realiza obtiene éxito. Éxito se iden-
tifica, pues, con riqueza y pereza. Es por ello que la mayor
parte de los ciudadanos que votan lo hacen, primero, con la
vergonzosa idea de que el gobernante electo resuelva todos
los problemas y mejore la existencia de los sufragistas que
depositan en él no sólo su confianza, sino su responsabilidad
social; segundo, con la estúpida creencia de que la corrupción
es un medio lícito y moral de enriquecimiento; y a tal punto
llega su estupidez que la canalla admira la forma ruin de en-
riquecerse de los capos.
¿Cómo será entonces que los pueblos de América logren
deshacerse de sus gobiernos corruptos, de sus gobernantes
necios?
La respuesta es evidente: nuestros pueblos deben sacudir-
se la pereza y esa idea avariciosa del éxito; deben buscar y
construir las vías que permitan una real participación popular
en las instituciones del Estado, sin la esperanza de que sus
gobernantes les den todo y les resuelvan su vida. Nuestros
pueblos deben tener la potestad de deponer al gobernante
enfermo de esa incapacidad mental de la que aquí tratamos,
exactamente como hicieron los ecuatorianos hace 20 años. ▪
Jorge Palafox
Autarquía
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