ganancias ilimitadas; por el otro pagar impuestos, es decir,
reducir las ganancias. Por un lado, la nación facilita identidad
y sentimiento de pertenencia, pero por otro lado el carácter
internacional del capital lo desmiente. Los patriotas políticos
invierten en el extranjero o deslocalizan sus empresas para ir
donde su capital puede obtener más beneficios. Como afirma
Robert Kurtz: “los individuos, en cuanto miembros de la
sociedad de la mercancía, son a la vez para sí mismos
amigos y enemigos; dos almas que se enfrentan de manera
permanente”. “Cuanto más se desarrolla la sociedad de la
mercancía, tanto más se escinde el sujeto”.
Como hemos dicho, la lucha contra los vestigios del antiguo orden termina a mediados del
siglos XX. En ese momento el sistema del capital alcanzó su pleno desarrollo, su punto
álgido. Según se habían ido eliminando los elementos premodernos se había ido
reformulando la distinción entre izquierda y derecha, ahora, eso sí, dentro del sistema. La
idea de nación, originariamente revolucionaria frente al viejo orden, fue sedimentando
como núcleo de la derecha, que también tendrá un sentimiento elitista, como antes la
aristocracia, debido a la convicción de aportar más a la comunidad, y, por tanto, el
derecho a recibir más. La izquierda sedimentará un núcleo basado en la idea de
democracia, entendida como igualdad, y de la función redistributiva del Estado. Pero la
separación no es radical, pues la derecha tiene sus momentos sociales como las leyes de
Birmarck, las de los movimientos fascistas o la participación de la democracia cristiana en
la construcción del Estado de bienestar. Por su parte, la izquierda ha vivido sus momentos
nacionalistas como en la Primera Guerra Mundial, pesa a haber en tendido a la nación
como un instrumento de la burguesía. El cénit del conflicto entre ambos polos de lo
político se da en el primer tercio del siglo XX, época de los grandes movimientos de
masas y de las ideologías.
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