EN TEORÍA
LA DULCE DECADENCIA DE LA POLÍTICA (I)
Leonardo Muñoz
Profesor de Filosofía
Es un lugar común de la izquierda afirmar que la economía ha entrado en una fase de
galope debocado, y que es apremiante dar de nuevo a la política su puesto de
embridadora de ese potro irascible y desobediente. Las causas que han conducido a esta
situación serían la desregulación de los mercados, y, cómo no, la avaricia que de pronto
se habría manifestado en los capitalistas, tan contenidos ellos hasta hace poco. Quizá
fuera conveniente analizar la situación desde otras perspectivas.
En las sociedades precapitalistas, dependía de la religión la “universalidad abstracta” que
proporcionaba a cada individuo el código simbólico que le permitía vivir en comunidad. La
moral, la legitimidad del poder, las instituciones, las tradiciones, el arte, la vivencia del
tiempo, el sentido del trabajo, la muerte, etc., encontraban en la religión su fuente y
fundamento. El triunfo del capitalismo supuso una transformación como nunca había
conocido la especie humana, un segundo “cambio axial”, todavía más profundo que el
primero, en la terminología espiritualista de Jaspers, con el consiguiente derrumbe de la
tradicional “universalidad abstracta”. Un “sujeto automático” inconsciente (Marx) se
desplegó de acuerdo con sus leyes internas arrastrando a los individuos que terminaron
creyendo obedecer a leyes inexorables de la naturaleza, sin darse cuenta de que no eran
más que el resultado de un constructo social. Fundado sobre la mercancía, en este nuevo
mundo la política pasa a tener una función secundaria, subsidiaria, lo que sin embargo ha
sido ocultado por diversas circunstancias haciendo creer que su papel era preponderante.
Cuando el desarrollo de la sociedad de la mercancía alcanzó a un amplio sector de la
población, la esfera política fue la encargada de eliminar, en el campo del Estado, que es
su campo propio, a los partidarios de la “alianza entre el Trono y el Altar”. Ese fue el
origen de la división inicial entre izquierda y derecha, de acuerdo a la conocida colocación
de los miembros de la Convención francesa. El viejo “universal simbólico” debía ser
sustituido por uno nuevo, adecuado a los requerimientos del despliegue de la sociedad
capitalista. Debilitar y desplazar a la religión, fundamento de ese universal, fue uno de los
objetivos más importantes en estos primeros momentos. No en vano los legitimistas
consideraron al nuevo orden como el reino del Anticristo.
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