ha incorporado recientemente la agricultura energética para obtener biocombustibles.
En este contexto, muchos partidos de izquierda han desmoralizado a sus miembros al no
haberlos defendido contra las políticas de sus enemigos o, aún peor, haberlas adoptado
como propias; se han quedado sin impulso, sin ideas. A veces parece como si se
hubieran quedado sin futuro aparente.
A esta situación hay que añadir las exigencias de una competitividad sin límites, no
suficientemente regulada, que se traduce en el deterioro de las condiciones de trabajo; la
precariedad en la contratación; la pérdida del poder adquisitivo de los salarios; la
deslocalización de actividades; y en un lamentable aumento de los riesgos laborales. Y
todo ello se lleva a cabo a sabiendas de que esta competitividad sin límites es una carrera
que no se gana. No hay una llegada en la carrera hacia el abismo porque no se puede
competir, en ningún caso, con el trabajo de esclavos.
A ello ha contribuido la obsesión por la riqueza, el
culto a la privatización de los servicios públicos y la
magnificación del sector privado, así como las
crecientes desigualdades entre ricos y pobres. Y,
sobre todo, la acrítica admiración de la desregulación
de los mercados, el desdén por el sector público y la
quimera de un crecimiento sin límites.
No hay una llegada en la
carrera hacia el abismo,
porque no se puede
competir en ningún
caso, con un trabajo de
esclavos
La expresión “más mercado menos estado; más empresa menos sindicato” resume de
forma lapidaria la orientación de la política económica liberal y el fundamentalismo del
mercado que ha resultado nefasto; porque, como bien se manifestó en su día: “El dinero
es un buen siervo, pero un mal amo”.
Será difícil que semejante programa pueda ser impuesto en toda su magnitud en las
democracias industriales, sin abolir la democracia, pero ésta no puede darse por sentada,
ni siquiera en sus bastiones tradicionales de la UE, como se está demostrando en la
actual crisis económica, particularmente en España, donde la derecha política en el poder
está incumpliendo todos los compromisos contraídos con sus electores.
LA RESPUESTA SINDICAL
La respuesta sindical y política no puede ser otra que la organización global reafirmando
la “centralidad del trabajo” en el mundo en que vivimos, porque no estamos ante el fin de
la sociedad del trabajo: “Ni siquiera ante una cesión del papel del valor trabajo; trabajo
fluido, disperso, invisible, intensificado, desregularizado, pero trabajo en definitiva”. Ello
nos debe conducir a una profunda reflexión sobre el escaso papel desempeñado, desde
45