defendiendo que las clases medias profesionales abandonaran la alianza con la clase
obrera. Ésta pasó de ser considerada vanguardia de la transformación social a un grupo
social en declive, conservador y retardatario. En definitiva, el gobierno defendía una
“socialdemocracia sin sindicatos”, como si eso fuera posible.
Por esas poderosas razones, la Comisión
Ejecutiva de UGT (compuesta en su totalidad por
militantes del PSOE) encabezó la contestación
obrera, junto a CCOO y otros sindicatos, cuyo
máximo exponente fue la huelga general del 14
de diciembre de 1988 —que constituye, como se
ha dicho, la huelga de mayor seguimiento en la
historia de nuestro país—, donde se reivindicó el
reparto de una parte de los beneficios que se
estaban generando por un mayor crecimiento de la economía (el famoso “giro social”), en
compensación de la “deuda social” contraída con los trabajadores desde años atrás.
El éxito fue incontestable, y unánimemente reconocido. A ello contribuyó de manera
decisiva el malestar de la ciudadanía por una política económica y social que exigía
sacrificios a los ciudadanos sin ningún tipo de contrapartidas; la esmerada preparación de
la huelga, sobre todo en el sector del transporte; y las acertadas reivindicaciones de los
sindicatos concretadas en el manifiesto de huelga (“llamamiento sindical a los
trabajadores”), que conectaron fácilmente con el conjunto de la ciudadanía: Jóvenes,
mujeres, desempleados, pensionistas, eventuales, funcionarios y trabajadores en general
convocados a favor de una política favorable a la mayoría social.
El enfrentamiento tuvo su continuidad en las huelgas del 92 y 94, y respondió, por lo
tanto, a las diferencias profundas en política económica y social- entre UGT y el gobiernoy no a las diferencias entre Nicolás Redondo y Felipe González como se ha publicado de
manera absurda y simplista. En todo caso, la UGT, en la práctica, tuvo que hacer de
oposición (sin quererlo) al gobierno, ante la renuncia a intervenir del partido (PSOE)
diluido en los entresijos institucionales del poder.
Todo ello se llevó a cabo desde la autonomía del sindicato, y defendiendo en todo
momento la unidad de acción con CCOO y, cuando fue posible, con otros sindicatos. De
manera natural y en unas circunstancias que facilitaron superar la confrontación con
CCOO, y reafirmar la autonomía de UGT en relación con el PSOE —que ya actuaba como
un partido claramente interclasista— y con el gobierno ante su deriva neoliberal.
La consecuencia más negativa de todo ello fue el enfrentamiento del sindicato con el
gobierno socialista —y con su política económica en concreto, en coherencia con la
defensa de los trabajadores más débil