ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 10

Antonio Skármeta Mario Jiménez jamás había usado corbata, pero antes de entrar se arregló el cuello de la camisa como si llevara una y trató, con algún éxito, de abreviar con dos golpes de peineta su melena heredada de fotos de los Beatles. -Vengo por el aviso -declamó al funcionario, con una sonrisa que emulaba la de Burt Lancaster. -¿Tiene bicicleta? -preguntó aburrido el funcionario. Su corazón y sus labios dijeron al unísono. -S í. -Bueno -dijo el oficinista, limpiándose los lentes-, se trata de un puesto de cartero para isla Negra. -Qué casualidad -dijo Mario-. Yo vivo al lado, en la caleta. -Eso está muy bien. Pero lo que está mal es que hay un solo cliente. -¿Uno nada más? -Sí, pues. En la caleta todos son analfabetos. No pueden leer ni las cuentas. -¿Y quién es el cliente? -Pablo Neruda. Mario Jiménez tragó lo que le pareció un litro de saliva. -Pero eso es formidable. —¿Formidable? Recibe kilos de correspondencia diariamente. Pedalear con la bolsa sobre tu lomo es igual que cargar un elefante sobre los hombros. El cartero que lo atendía se jubiló jorobado como un camello. -Pero yo tengo sólo diecisiete años. -¿Y estás sano? -¿Yo? Soy de fierro. ¡Ni un resfrío en mi vida! El funcionario deslizó los lentes sobre el tabique de la nariz y lo miró por encima del marco. -El sueldo es una mierda. Los otros carteros se las arreglan con las propinas. Pero con un cliente, apenas te alcanzará para el cine una vez por semana. -Quiero el puesto. -Está bien. Me llamo Cosme. -Cosme. -Me debes decir «don Cosme». -Sí, don Cosme. -Soy tu jefe. -Sí, jefe. El hombre levantó un bolígrafo azul, le sopló su aliento para entibiar la tinta, y preguntó sin mirarlo: -¿Nombre? -Mario Jiménez -respondió Mario Jiménez solemnemente. Y en cuanto terminó de emitir ese vital comunicado, fue hasta la ventana, desprendió el aviso, y lo hizo recalar en lo más profundo del bolsil10