ANDREA VICTORIA CANO
grietas infernales donde no se ve el fin lo cual le sorprendió, fue un
silencio aterrador. En ese momento todo era desconocido para ella.
Desde la nave se distrajo, contemplando ese paisaje subyugante,
espectacular, con la mirada sorbía cuanta cosa veía, todo despertaba su
curiosidad, ya que no sabía si la volverían a llevar, tanto se ensimismaba
que perdió la noción de lo que la rodeaba. Notó que la nave se
desplazaba hacia una pendiente inmensa, ya que le sobraba espacio
para deslizarse por esa pendiente, que estaba cubierta y compacta en
los costados, como quien se introduce entre dos montañas, ya sea
porque se distrajo o bien porque hicieron alguna triquiñuela o alguna
distracción inducida, que vio el deslizamiento empinado y luego no supo
sí se introdujo en algún precipicio, ni a que profundidad estaba, el
deslizamiento fue imperceptible, lo que sabía era que se encontró de
golpe ante lo que ella denominó “El Paraíso”.
Eso era notable, no había sol, no había luz artificial, sin embargo la
iluminación era total, era una luz divina como la del aura, todo irradiaba
un halo espiritual que no dañaba la vista, la blancura del hielo de la
Antártida que más bien es cegador, Rosalía exclamaba: "Es una
iluminación celestial" .
Y claro, encontrándose a esa profundidad, con ese espectáculo casi
irreal quedó deslumbrada, anonadada, se podría decir que escrutaban su
reacción. Ella miraba dentro de la nave, todo era compacto, de tableros
electrónicos o con energía, con botones, luces, aparatos de todo tipo que
marcaban números.
Llegaron y pensó, si era cierto que existía el paraíso debía ser ese, el
verdor, las plantas exóticas, era un oasis en medio de hielos, la
temperatura templada, había lagos, lo que no vio fueron animales, ¡pero
sí, ese era el paraíso! solo le faltaba albergar a la serpiente y por ende a
la cobra, vio a la altura que en la tierra serían los cables de la luz un bus
por el aire.
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