andar por ahí | martin patricio barrios ago. 2012 | Page 81

vida yo también, justo cuando escuché el timbre de bicicleta que me distrajo como a un perro que escucha el ruido de su correa. El colectivo estaba medio lleno y lleno de olor. La gente se iba corriendo a medida que el timbre avanzaba un paso y se frenaba, avanzaba un paso y se frenaba: el timbre y el movimiento de gente. Hasta que llegó a mí, hasta que se paró delante de mí que estaba sentado en el asiento de al lado del motor, se paró frente de mí y el olor me aflojó los brazos apoyados en el baúl que hace de asiento al lado del motor, del otro lado del conductor. Levanté la vista tratando de creer que de verdad era verdad, sosteniendo la respiración. Fui barriendo de a poco: los pies cuarteados dentro de las sandalias de suela de cubierta de camión, las vestimentas mugrientas y el palo, cambié de foco, enfoqué al palo, un palo como de escoba, roñoso, un poco embarrado, subí hasta el timbre de bicicleta oxidado, prendido del palo como de escoba, agarrado por la mano como garra de pollo en el barrial, me quedé un poco en el dedo gordo que tiraba del pestillo para hacerlo sonar. Con el segundo ring, el de vuelta, que el dedo gordo de la mano como garra de pollo en el barrial forzaba a volver porque se ve que el resorte no funcionaba, miré directamente a la cara. La cara de un ciego, un ciego que pide limosnas en una terminal de colectivos de algún pueblo que a la entrada tenía una estatua de alguien con el brazo extendido y sin cabeza, a la que al lado le creció el reemplazo y esta vez sí tenía cabeza y brazo extendido. Un ciego que tocaba el timbre sujetado al palo para llamar la atención y si llamaba la atención, como me la llamó a mi, la atención dirige la vista a los ojos vacíos, a la otra mano separando los párpados para mostrar, obscenamente