Patricia y Uli no podían explicar qué les había pasado porque los dos salieron contentos del examen y se fueron a casa muy disgustados.
Desde aquel día, estudiaron muchísimo todas las tardes, incluso sin jugar apenas, pero en el siguiente examen, volvió a ocurrir lo mismo.
- Chicos, otra vez les ha ido regular. ¡Tienen que estudiar más! – les regañó la profe
Y una vez más, Patricia y Uli se fueron a casa disgustados. Estudiaban tanto que no podían entender porque no conseguían sacar buenas notas.
Al día siguiente, la profesora del colegio les habló de los poderes de los alimentos.
- ¿A quién le gusta la fruta? – preguntó en clase.
- ¡A mi me encanta la sandía!, ¡Y a mí el melón! – comenzaron a gritar todos los niños.
- ¿Y a quién le gustan los macarrones? – volvió a preguntar la profe.
Y una vez más, todos los niños levantaron la mano.
- ¿Y quién de ustedes come lentejas? – preguntó de nuevo
David, Toño y todos los niños, levantaron la mano, pero Patricia y Uli se echaron a reír diciendo:
- ¡Pero si las lentejas son un asco! ¡Puaj!
La profesora, rápidamente, se dio cuenta de por qué Patricia y Uli no habían levantado la mano.
- Patricia, Uli, ¿ustedes no comen lentejas?
- No - contestaron los niños - No nos gustan profe. Son muy malas.
- Ya… pues deberían saber que las lentejas tienen mucho hierro y el hierro es muy bueno para el correcto funcionamiento del cerebro y para sacar buenas notas en los exámenes claro…
Los niños se miraron el uno al otro con la boca abierta.
- ¡Las lentejas!
Ese día fueron corriendo a casa y pidieron a sus padres que les hicieran lentejas. Nos les gustaban pero, con mucho esfuerzo y a sabiendas del poder de la lenteja, empezaron a comerlas y nunca jamás volvieron a suspender un examen.