ISBN 0124-0854
N º 162 Febrero 2010 interlocutor. Luego se volvió hacia el público, anunciando por el altavoz:
— El señor Anselmo Jiménez regala la yegua que acaba de adquirir para que sea rematada de nuevo a favor del Hospital!
Esta vez los aplausos se convirtieron en ovación. Alguien pidió un trago para los recién llegados, pero los tres hombres lo rechazaron al tiempo. También volvieron a rechazar los asientos, no las sillas de plástico que les ofrecieron al llegar, sino tres butacas de madera forradas en paño, que el administrador había mandado traer de la sede.
Anselmo Jiménez firmó el cheque antes de despedirse del público con un gesto condescendiente, disfrazado de amabilidad. Ahora la gente sonreía incómoda. El administrador no sabía qué hacer con el cheque que sostenía entre el pulgar y el índice de ambas manos, los meseros que se habían apresurado a traer las butacas las movían un poco hacia delante, volvían a correrlas hacia atrás. Sin más despedida que el gesto del Patrón, los tres hombres comenzaron a caminar
rápidamente en dirección al helicóptero, seguidos de Esteban Mejía.
Cuando éste logró alcanzarlos, el Patrón se detuvo. Esteban habló primero. El Patrón le respondió con una frase breve, le dio la espalda y continuó avanzando hacia el aparato, pero Esteban volvió a darle alcance. Avanzaron juntos, delante de los dos acompañantes. Laura y Marcela estaban quietas en la tribuna.
—¿ Esos señores son amigos de mi papá?— preguntó Mariana.— No, no son amigos.—¿ Entonces, por qué va con ellos hasta el helicóptero? Yo también quiero ir.— No sé...— respondió Marcela mirando fijamente a Esteban, como si quisiera que él se volviera. La figura bajita y regordeta de su marido, tan diferente a la del hermano mayor, se recortaba contra el seto de pinos al fondo de la cancha—. Ya te dijo tu tía que no puedes ir. Quédate tranquila, Mariana.
Algo en la mirada de Marcela hizo que Laura desviara la suya.