N º 155 Junio de 2009
ISBN 0124-0854
N º 155 Junio de 2009
Lo más grande que se ha visto en esta puñetera vida
Por: Reinaldo Montero *
La vieja Mercedes, que es uno de los nombres de mi madre, me ha contado cien veces cómo en uno de los primeros días de enero de 1959, le dio por sacar del fondo de un mueble el bulto rojo y negro que había ido creciendo sin interrupción desde poco antes de la pascua sangrienta. Tal parece que llegó incluso a distraerse mirando por primera vez a la luz del día, los bonos del 26, más otros objetos que a partir de ese momento comenzarían a ser reliquias. Y en ese deleite andaba, cuando alguien, que podía saberlo, se asomó por la ventana del cuarto y le dijo en susurro que Fidel y los barbudos iban a entrar por el Malecón, pero que torcerían a la izquierda para entrar por la calle 23 y seguir recto hasta el campamento militar de Columbia.
Ahora que leo las líneas de arriba, percibo en esa lógica maniobra signos de mayor alcance.
La vieja Mercedes, que entonces era joven y vivaz, me llevó corriendo a una esquina de la que para mí era la enorme calle 23.
Aún hoy, después de treinta años, cuando leo esta página a mi madre, mujer sentimental de nacimiento y en consecuencia un poco llorona, no puede evitar que se le humedezcan los ojos.
El caso es que la vieja Mercedes me alzó en brazos, brazos que entonces eran fuertes, y desde esa magnífica atalaya presencié lo que hoy lamento no recordar en absoluto.
Llegado a este punto mi madre aviva los ojos y dice, bueno, pero aunque no recuerdes que lo viste, ¿ no es lo más grande que se ha visto en esta puñetera vida? Y qué satisfacción en su rostro cuando escucha que pronuncio, sí.