ISBN 0124-0854
N º 150 Diciembre 2008
El disco empezó a sonar. La casa se estremeció en silencio. Una voz de hombre-la misma voz grave de todos los treintaiunos faltando cinco para las doce- se adueñó de la casa. Una pareja, ebrios los dos, salió a bailar. Numerosos llantos dejaron de reprimirse, y el hombre más importante del mundo anunciaba que el año viejo se iba.
-Feliz año, bobo güevón-le dijo a su amigo dormido. Se liberó del abrazo y, sin que nadie lo notara, salió. Por las calles corrían los buenos deseos y la alegría expresada de mil maneras. Humo, olor de pólvora. Estelas de luz brillaban y se apagaban por delante de los barrios ubicados en la otra montaña.
-Por fin se acaba este año de mierda-dijo el Doctor Corazón, derrotado. No levantó la voz, no levantó la cabeza, no levantó la mirada. Lo doblegó un llanto fluido.
Román se confesó que aquel momento, a pesar de todo, conmovía. Por un instante ascendió por su garganta una ola de llanto, pero la contuvo. Los cuatro minutos restantes de la canción los pasó contemplando la expectativa de la gente que lo rodeaba. Los últimos jirones del año se precipitaban por un desagüe y no quedaba más esperanza de salvación que la voz de ese hombre que todos los años, a la hora final, adquiría la importancia de los colosos, se convertía en símbolo de las alegrías y desencantos de la humanidad, para diluirse luego y perder todo sentido hasta el mismo único momento del año siguiente.
Sin proponérselo, iba haciendo un balance de su vida mientras caminaba.
Cuando empezaron los abrazos y los besos, después del disparo que anunciaba el advenimiento del nuevo año, el muñeco ya se consumía. Fue preciso quemado antes de las once y media porque los niños no aguantamos la espera. El testamento, en su bolsillo, se consumió también. No se supo qué le dejaba a cada cual.
Yo besé y fui besado. Pero sólo pensaba en mamá, que estaría triste y enferma en Medellín.
De la abuela, asustado, recibí una bendición y la advertencia de que en diez minutos me tendría que ir a dormir.
- ¡ Feliz año!-gritaron cien voces, veinte millones de voces, y el mundo enloqueció. En algún lado despertó, con su gloria mentirosa, el himno nacional.
La mamá y el papá lo abrazaron llorando. Qué mierda, se dijo. Tocará dejarse llevar por la corriente. Pero no solo resignación, sino algo más profundo, una corriente de sentimientos amorosos, lo embargaba. Año nuevo, vida