ISBN 0124-0854
N º 118 Febrero de 2006 utilizados en las encuestas que se presentan en la última parte del libro citado, encontré que las preguntas relacionadas con bibliotecas y bibliotecarios eran genéricas: referidas al origen de los libros leídos, a los motivos por los cuales la gente no lee libros y a quienes influyen en la creación de hábitos de lectura. Las respuestas de los encuestados, por tanto, podían estar referidas perfectamente a cualquier tipo de biblioteca. Si un encuestado afirmaba, por ejemplo, que los libros que leía eran prestados en bibliotecas, posiblemente se podía referir a la biblioteca pública, pero también a la de su universidad o a la de su escuela, y estas últimas no son necesariamente públicas habida cuenta del tipo de servicios y colecciones que ofrecen o de su restringida accesibilidad.
Se está asumiendo erróneamente que la sola mención de la palabra biblioteca significa biblioteca pública, una muestra más de que hablar de la biblioteca para la escuela básica, secundaria y universitaria, y hablar de la biblioteca pública, es hablar de lo mismo en este país. No quiero dejar el sabor de que todos los análisis presentados en el libro lleven a este mismo malentendido, pues leyéndolos con detenimiento se encuentra que algunos dan luces y aportes interesantes sobre el posible uso de los distintos tipos de bibliotecas, infiriendo y estableciendo cruces con la edad, nivel económico o ciudad de los encuestados. Información que, además de ser absolutamente válida, nos ofrece un panorama
y unas conclusiones que merecen una profunda reflexión.
¿ Quién sale perjudicado y por qué con un asunto aparentemente tan inofensivo como lo es el tema de para qué son y para quién son las bibliotecas? Sin duda perdemos todos, tanto aquellos vinculados a la educación formal en todos los niveles— que no encontrarán en sus establecimientos educativos los instrumentos mínimos para dar cumplimiento al Proyecto Educativo lnstitucional— como aquellos a quienes denominé público, que se encuentran fuera de los circuitos del sistema educativo y que verán reducidas, minimizadas o negadas las posibilidades de acceso a la lectura, a la información y al conocimiento. Finalmente, quien más pierde es el país, ya que se disminuyen las oportunidades de formar ciudadanos y se siguen perpetuando las desigualdades culturales, sociales y educativas, contribuyendo así a mantener los factores de marginalidad, pobreza y segregación, causantes, en gran medida, de los elevados índices del descontento social y de los conflictos violentos.
Notas
1 Charles Robinson, "¿ Podemos salvar la biblioteca del público?", en: Bibliotecas públicas y escolares, Santafé de Bogotá,
Fundalectura, 2001, pp. 49-63.