Agenda Cultural UdeA - Año 2002 OCTUBRE | Page 21

ISBN 0124-0854
N º 83 Octubre de 2002
recogían y adaptaban los de los abuelos. Que sea una antropóloga, experta por oficio en descifrar la continuidad que subyace a los cambios, la que caracterice el cambio que culturalmente atraviesan los jóvenes como ruptura, nos está señalando algunas claves sobre los obstáculos y la urgencia de comprenderlos, esto es, sobre la envergadura antropológica, y no sólo sociológica, de las transformaciones en marcha, dada la larga temporalidad en que se inscriben nuestros miedos al cambio, tanto como los nuevos escenarios del diálogo entre generaciones y entre pueblos. Desde la Europa actual, Marc Auge se ha atrevido a recoger el desafío lanzado por M. Mead, de hacer antropología de la contemporaneidad, de aprehender en una misma sociedad no sólo lo que perdura sino aquello que la transforma en profundidad x. Dedicada a estudiar la diferencia en el espacio, y no en el tiempo – que era el objeto propio de la historia – la antropología debe interrogarse hoy por esas nuevas migraciones que tienen como escenario el tiempo, y por los nuevos regímenes de historicidad, en los que " la frontera entre historia y actualidad se hace cada día más imprecisa. Los parámetros del tiempo, así como los del espacio, experimentan una evolución, una revolución sin precedentes. Nuestra modernidad crea historia de manera desenfrenada aun cuando pretenda estabilizar la historia y unificar el mundo [...] Hoy todos los hombres pueden considerarse contemporáneos y el advenimiento de esta contemporaneidad define las condiciones de una investigación antropológica renovada, pues le suministra un objeto de estudio " xi. Es la experiencia de esa contemporaneidad, ya no entre hechos sino entre temporalidades, la que hace de los jóvenes de hoy( en la bella metáfora de Mead) los " primeros habitantes de un país nuevo ". Comprender las modalidades etno / sociales de esa experiencia constituye el reto de fondo que la juventud plantea a la investigación. Apoyándose en investigaciones históricas y antropológicas sobre la infancia xii, en las que se descubre cómo durante la Edad Media y el Renacimiento los niños han vivido todo el tiempo revueltos con los mayores, revueltos en la casa, en el trabajo, en la taberna y hasta en la cama, se concluye que es sólo a partir del siglo XVII que la infancia ha empezado a tener existencia social. Y ello merced en gran medida al declive de la mortalidad infantil y a la aparición de la escuela primaria en la que el aprendizaje pasa de las prácticas a los libros, asociados a una segmentación en el interior de la sociedad que separa lo privado de lo público y que en el interior de la casa misma instituye la separación del mundo de la infancia del mundo del adulto. Desde el XVII hasta mediados del siglo XX el mundo de los adultos ha creado unos espacios propios de saber y de comunicación de los cuales mantenía apartados a los niños, hasta el punto de que todas las imágenes que los niños tenían de los adultos eran filtradas por las imágenes que la propia sociedad, especialmente a través de los libros escritos para niños, hacía de los adultos. Desde mediados del siglo XX esa separación de mundos se ha disuelto en gran medida por la