Agenda Cultural UdeA - Año 1999 DICIEMBRE | страница 18

ISBN 0124-0854
N º 52 Diciembre de 1999
Vincent van Gogh. Casas con tejado de paja en Cordeville, 1890. Óleo sobre lienzo. 72 x 91 cms.
hermoso como un cristal de color atravesado por el sol, un brillo tal que no te enteras de que oscurece. Y ha sido un consuelo pensar en aquel resplandor que hace desaparecer todo el miedo al coco. Pero estoy segura de que eso no sucede nunca. Estoy segura de que en el último momento el cuerpo comprende que el Señor ya se ha mostrado. Que ver las cosas tal como son-su mano hace un ademán circular que abarca nubes y cometas y hierba y a Queenie echando tierra con las patas sobre su hueso-, simplemente como siempre las ha visto, era verlo a Él. En cuanto a mí, podría dejar el mundo con el día de hoy en los ojos.
Esta es nuestra última Navidad juntos.
La vida nos separa. Aquellos que Saben Más deciden que debo ir a una escuela militar. Y de este modo sigue una miserable sucesión de prisiones donde suena la corneta, severos campamentos de verano con toque de diana. Tengo también un nuevo hogar. Pero no cuenta. El hogar es donde está mi amiga, y allí nunca voy.
Y allí permanece ella, entreteniéndose en la cocina. Sola con Queenie. Sola, pues.
(“ Buddy querido-escribe con su letra salvaje, difícil de leer-, ayer el caballo de Jim Macy dio a Queenie una coz mortal. Gracias a Dios no sufrió mucho. La envolví en una fina sábana de lino y la llevé en el carrito hasta el pasto de Simpson, donde puede descansar con todos sus huesos …”). Durante algunos noviembres continúa haciendo sola sus pasteles de frutas; no tantos, pero algunos; y, naturalmente, siempre me manda“ el mejor de la hornada”. Además, en cada carta incluye diez centavos envueltos en papel higiénico:“ Ve al cine y cuéntame la película”. Pero, gradualmente, en sus cartas tiende a confundirme con su otro amigo, el Buddy que murió en 1880 y tantos. Cada vez más, son no sólo los días trece en que se queda en la cama: llega una mañana de noviembre, un amanecer de invierno sin hojas y sin pájaros, en que no puede levantarse y exclama:“¡ Oh, Madre mía! ¡ Llegó el tiempo de los pasteles de fruta!”.
Y cuando eso sucede, lo sé. El mensaje que me lo anuncia no hace más que confirmar una noticia que ha recibido ya cierta secreta fibra, amputando una parte insustituible de mí mismo, dejándola suelta como una