Ad gentes revista nov_dic | Page 41

biendo, con mayor o menor intensidad. Es parte de nuestro sistema de vida. Lo que importa es conocerlos, estar prevenidos y saber convivir con ellos, construyendo mejor las casas y los edificios, las iglesias y escuelas. Que los científicos sigan estu- diando estos fenómenos, para prevenir con tiempo a la población cuando se acer- can. Así como la ciencia ha avanzado para seguir la trayectoria de los huracanes, avisar con tiempo a la población y tomar precauciones, así las alarmas sísmicas han de perfeccionarse día con día. De todo, aún de las desgracias, hemos de sacar provecho. Todo acontecimiento debe hacernos reflexionar, recapacitar y enderezar la vida. Como un hijo que ha- bía renegado de su madre, diciéndole que no la reconocía como tal, que se alejó del hogar y la hizo sufrir mucho, pero a raíz del temblor, regresó a casa y abrazó a su mamá, pidiéndole perdón. O como un es- poso que dejó a su mujer, se fue a vivir con otra, pero el sismo lo hizo cambiar; volvió a casa y pidió perdón a su esposa; ahora están tratando de recomponer la vida familiar. Del mal, hay que sacar bien. Es lo que nos enseña Jesús. Al hacer alu- sión a 18 personas que habían muerto aplastadas por la torre de Siloé que se derrumbó, dijo: «¿Ustedes creen que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Yo les aseguro que no. Y si ustedes no se convierten, perecerán de igual modo» (Lc 13, 4-5) . En los acontecimientos, podemos descu- brir la voz de Dios. ¿Qué nos quiere decir con los terremotos? Que nuestra vida es frágil, que no somos dioses, eternos y to- dopoderosos; que hemos de enderezar lo que esté torcido en nuestras vidas; que hemos de solucionar los pendientes que tengamos; que le demos valor a lo que realmente trasciende; que no llevemos una vida despreocupada y anhelante solo AD GENTES NOVIEMBRE · DICIEMBRE 2017 de placeres efímeros. Si no escuchamos la voz de Dios y no nos arrepentimos, no tene- mos remedio. Es de resaltar la solidaridad de tantas per- sonas, sobre todo de los jóvenes. Este es el México real; no el que presentan los noti- cieros, como si todo estuviera podrido. Es lo que resaltaba el Papa Francisco en Colombia: «Los jóvenes son naturalmente inquietos y, si bien asistimos a una crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y de voluntariado; son muchos. Y algunos, sí, son católicos practicantes, otros son católicos “al agua de rosas” –como de- cía mi abuela-, otros no saben si creen o no creen, pero esa inquietud los lleva a hacer algo por los demás, esa inquietud hace llenar los voluntariados de todo el mundo de ros- tros jóvenes. Hay que encauzar la inquietud. Cuando lo hacen captados por Jesús, sintién- dose parte de la comunidad, se convierten en callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucris- to a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra. Y cuántos, sin saber que lo están llevando, lo llevan» (9 septiembre, en Medellín) . Enderecemos lo que tengamos que endere- zar. Sigamos siendo solidarios con quienes más sufren. Y pongamos nuestras vidas en el corazón de Dios. Así, estamos seguros siem- pre y en toda circunstancia. 39