biendo, con mayor o menor intensidad. Es
parte de nuestro sistema de vida. Lo que
importa es conocerlos, estar prevenidos
y saber convivir con ellos, construyendo
mejor las casas y los edificios, las iglesias
y escuelas. Que los científicos sigan estu-
diando estos fenómenos, para prevenir
con tiempo a la población cuando se acer-
can. Así como la ciencia ha avanzado para
seguir la trayectoria de los huracanes,
avisar con tiempo a la población y tomar
precauciones, así las alarmas sísmicas
han de perfeccionarse día con día.
De todo, aún de las desgracias, hemos
de sacar provecho. Todo acontecimiento
debe hacernos reflexionar, recapacitar y
enderezar la vida. Como un hijo que ha-
bía renegado de su madre, diciéndole que
no la reconocía como tal, que se alejó del
hogar y la hizo sufrir mucho, pero a raíz
del temblor, regresó a casa y abrazó a su
mamá, pidiéndole perdón. O como un es-
poso que dejó a su mujer, se fue a vivir
con otra, pero el sismo lo hizo cambiar;
volvió a casa y pidió perdón a su esposa;
ahora están tratando de recomponer la
vida familiar. Del mal, hay que sacar bien.
Es lo que nos enseña Jesús. Al hacer alu-
sión a 18 personas que habían muerto
aplastadas por la torre de Siloé que se
derrumbó, dijo: «¿Ustedes creen que eran
más culpables que los demás habitantes
de Jerusalén? Yo les aseguro que no. Y si
ustedes no se convierten, perecerán de
igual modo» (Lc 13, 4-5) .
En los acontecimientos, podemos descu-
brir la voz de Dios. ¿Qué nos quiere decir
con los terremotos? Que nuestra vida es
frágil, que no somos dioses, eternos y to-
dopoderosos; que hemos de enderezar lo
que esté torcido en nuestras vidas; que
hemos de solucionar los pendientes que
tengamos; que le demos valor a lo que
realmente trasciende; que no llevemos
una vida despreocupada y anhelante solo
AD GENTES
NOVIEMBRE · DICIEMBRE 2017
de placeres efímeros. Si no escuchamos la
voz de Dios y no nos arrepentimos, no tene-
mos remedio.
Es de resaltar la solidaridad de tantas per-
sonas, sobre todo de los jóvenes. Este es el
México real; no el que presentan los noti-
cieros, como si todo estuviera podrido. Es lo
que resaltaba el Papa Francisco en Colombia:
«Los jóvenes son naturalmente inquietos y, si
bien asistimos a una crisis del compromiso
y de los lazos comunitarios, son muchos los
jóvenes que se solidarizan ante los males del
mundo y se embarcan en diversas formas de
militancia y de voluntariado; son muchos. Y
algunos, sí, son católicos practicantes, otros
son católicos “al agua de rosas” –como de-
cía mi abuela-, otros no saben si creen o no
creen, pero esa inquietud los lleva a hacer
algo por los demás, esa inquietud hace llenar
los voluntariados de todo el mundo de ros-
tros jóvenes. Hay que encauzar la inquietud.
Cuando lo hacen captados por Jesús, sintién-
dose parte de la comunidad, se convierten en
callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucris-
to a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón
de la tierra. Y cuántos, sin saber que lo están
llevando, lo llevan» (9 septiembre, en Medellín) .
Enderecemos lo que tengamos que endere-
zar. Sigamos siendo solidarios con quienes
más sufren. Y pongamos nuestras vidas en el
corazón de Dios. Así, estamos seguros siem-
pre y en toda circunstancia.
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