Abril 2020 Berberana Abril 2020 273 LR | Page 25

RE LATOS DE CUARE NTE NA abril de 2020 | berberana | 25 Las Luciérnagas Todas las tardes me siento en el mis- mo paseo, Labastida ha sido el pueblo que me vio nacer, remanso de paz, rin- cón de alegría, pueblo medieval, villa de tierra fértil, campos de viña, caldos de vida. Miro el Toloño, en sus faldas cuida mimoso el pueblo, lo acaricia y lo tran- quiliza cuando tiene frío. Majestuosas se levantan sus dos iglesias, sus casas escuchan embelesadas el repicar de sus campanas. Me gusta oír sus fuentes en el silencio. Me gusta oir su gentío. Año- ro mis días jóvenes, recuerdo participar en todo, frontenis, danzas, carnavales, la ronda...me en- cantaban las épocas estivales porque se llenaban las casas, el calor de la gente vibraba y se conta- giaba. Tengo graba- das todas sus caras, todos los momentos que morirán conmi- go en calma. Está anochecien- do y siento la brisa recorrer mi cuerpo, me encanta sentir cómo se pone la piel de gallina. Me siento viva, me gusta sa- lir a la misma hora, cuando va a entrar el sol en su refugio. Me gusta pensar que él también descansa, aunque en el fondo sé que va a dar calor a otro lugares, que va a levantar a otros seres. Y entonces empie- za a aparecer la princesa de mis sueños, aparece humilde, tímida y cuando sale la luciérnaga, la ayuda a brillar. Porque las luciérnagas también iluminan la oscuri- dad. Esa tarde fue diferente, sentí que me trasladaba 40 años atrás con el relato que estaba a punto de escuchar. Todavía re- cuerdo aquellos días de sol de marzo de 2020, las viñas asomaban vergonzosas sus primeros brotes. Recuerdo ese sábado frente al televisor, las lágrimas brotaban con cada noticia, con cada mensaje, con cada expresión. Un país, y más países an- tes y posteriormente, fueron declarados en estado de alarma, nos teníamos que quedar recluidos, para que el vírus que venía de China, el maldito Coronavirus, parase. Sólo los héroes podrían ir a tra- bajar. A lo lejos dos siluetas lentas, lograron sacarme de mis pensamientos. Los veía avanzar, iban de la mano. El niño ayuda- ba al abuelo a caminar. Era habitual ver a los nietos, junto sus abuelos. En mi épo- ca también era así, la diferencia era que ahora los niñ@s sabían escuchar más. Habían aprendido el valor de las palabras después de aquella pandemia de aquel fatídico marzo de 2020. así callaban. No nos enseñaron a pelear, como lo hicieron nuestros abuelos, no- sotros ya lo teníamos todo. Sólo mirá- bamos como unos tenían mucho y otros poco, cómo unos venían desde sus países y morían de hambre y otros teníamos los bolsillos llenos, y otros se los llenaban más. Pero nada importaba, porque está- bamos gordos de desmesura, de vanidad, de egoísmo, de soledad en definitiva. Se sentaron junto a mi, entrelazamos cuatro frases, me encantaba mirar los ojos de las personas. Inundaban de amor mi alma y además me estremeció ver con el afecto que se trataron ambos. Seguí inmersa en el paisaje pero cuando su conversación fluyó, me atrapó: -Hijo, te voy a contar una historia, ven, siéntate. -¿El qué abuelo? -Mira estas fotos, ven. -Ese móvil está obsoleto abuelo, no se ve en 5D. -Ay hijo, aprendí a darle el valor a las cosas a raíz de una historia que viví hace 40 años, allá en el año 2020. -¿Qué pasó abuelo? -Creíamos que lo teníamos todo, éramos de hierro, sólo pensábamos en nosotros mismos, a pesar de que la tie- rra lloraba. Vivíamos frenéticamente, aunque nuestros hijos nos pedían a gri- tos atención, no escuchábamos, nos li- mitábamos a darles lo que nos pedían y -¡Qué triste abuelo! ¿No jugábais? -Yo si jugué, jugué al escondite, a la rayuela, a todos los juegos que jugáis hoy, jugábamos a estar juntos, a callejear, a polis y cacos, pero tu mamá los tuvo que aprender, después de que el planeta nos diera un tirón de orejas. -¿A qué jugaba mamá? -Mamá jugaba a ser mayor, jugaba a sacarse fotos y colgarlas, jugaba a rela- ciones ficticias y sin valor, jugaba a que- rer aparentar, a querer ser lo que no era. -Yo no conozco ese juego, abuelo. -Mejor hijo, y espero que no lo co- nozcas nunca. -¿Qué pasó? -Pasó que un día una sociedad entera entró en pánico, pasó que una pandemia hizo que los gobiernos de diferentes paí- ses metieran a la gente en sus casas. De repente el mundo frenético se paró de golpe. No sabíamos qué estaba ocurrien- do. ¿Cómo era posible?, si éramos inven- cibles. Si estábamos en la era tecnológica, en la era que era la era de nada, de eso nos dimos cuenta hijo. Lo que nunca tuvo valor pasó a ser de primera necesidad, el pan cobró un valor especial, empezaron a salir héroes sin capa que no sabíamos que existían, los héroes que tu mamá y papá creyeron, no eran hé- roes de verdad. Los que empezaron a co- brar una importancia especial, porque se dejaron la vida por los demás fueron: ca- jeras de supermerca- do, médicos, enfer- meros y enfermeras, personal sanitario y de limpieza, repone- dores, camioneros, panaderos, policías... La sanidad y la in- vestigación entonces cobraron un lugar que nunca habían te- nido. Éramos vulne- rables, los hospitales públicos se quedaban pequeños, no había mascarillas, ni geles, ni alcohol, la gen- te se llevaba el papel higiénico como si el mundo fuera acabar. -¿Por qué el pa- pel, abuelo? -Porque solo sa- bíamos imitar, imi- tábamos a los demás, nos dejábamos llevar por lo que nos con- taban, nos creíamos las mentiras, habíamos perdido el sentido común y crítico, habíamos perdido la per- cepción de la realidad. -Sigue abuelo, nunca me cansaré de escucharte. -Fue nuestro despertar hijo, nos di- mos cuenta de que sólo juntos teníamos el poder. De que la empatía y la unidad eran nuestra fuerza, aprendimos a pen- sar en el prójimo, a ser solidarios, a que- rer y a respetar a los nuestros, a nuestros vecinos, a pasar tiempo con ellos, apren- dimos a levantar países, comunidades, a valorar el trabajo de los héroes, a que un abrazo y un beso nos llenaban de gor- dura. Que no teníamos que aparentar, porque hasta las luciérnagas iluminan la oscuridad. -¡Menos mal abuelo!, si no qué habría sido de mi, de nosotros. -Menos mal, hijo. Espero que os guste. Con cariño María Pesos Argómaniz