En las muchas recorridas de la Nómada por los pueblos mágicos de México, una de las experiencias que más me fascinaron fueron los pueblos pequeños y sus plazas centrales en donde se reúne la gente por la noche y durante los fines de semana y fiestas para disfrutar de la música de los mariachis y los charros mexicanos.
Fue en uno de estos viajes que conocí a un verdadero Charro Cantor, con muchos años a cuestas, que deleitaba a la audiencia con sus canciones. En su mano derecha sostenía el micrófono y en su mano izquierda nunca pude saber si era tequila o agua con la que se entonaba la garganta.