A SANGRE FRIA | Page 86

Parientes. Una hermana Bobo casada y yo su padre, somos los únicos familiares vivos de Perry. Bobo y su marido se ganan la vida solos. Tienen su casa y yo también me arreglo solo. Hace dos años me vendí mi casa de Alaska y espero que el año próximo volveré a tener otra. He denunciado la localización de varias minas y espero sacar alguna cosa. Además, no he dejado de buscar oro. También me han pedido que escriba un libro artístico sobre la talla de la madera y sobre el famoso «Trapper's Den Lodge» que construí en Alaska, y que todos los turistas que iban en coche para Anchorage conocían, cosa que quizás haga. Compartiré todo lo que tengo con Perry. Si yo tengo comida, él también la tendrá. Mientras esté vivo. Y cuando muera, tengo un seguro de vida que le dará dinero, así que podrá empezar una nueva VIDA cuando esté libre. Para en caso de que yo esté muerto entonces. Esta biografía lograba siempre despertar en él una serie de emociones: autocompasión la primera, amor y odio juntos al principio, pero con aumento del segundo al final. La mayor parte de los recuerdos que afloraban lo hacían sin proponérselo él, aunque no todos en realidad, aquella primera parte de su vida que Perry podía recordar era un tesoro precioso, un período compuesto de aplauso y esplendor. Tenía quizás entonces tres años y se veía, con sus hermanas y su hermano mayor, sentado en la tribuna de un rodeo. En el ruedo una esbelta joven, india cherokee, montaba un caballo salvaje, un «indómito potro» y sus cabellos ondulaban al viento como los de una bailarina de flamenco. Se llamaba Flo Buckskin y era artista profesional del rodeo, «la campeona del caballo salvaje». Y su marido Tex John Smith también: en ocasión de una gira de rodeo por el oeste del país, aquella espléndida india y el apuesto cow-boy irlandés se conocieron. Se casaron y tuvieron aquellos cuatro hijos que ahora están sentados en la tribuna. (Y Perry podía recordar muchos otros espectáculos del rodeo, podía ver a su padre haciendo piruetas en un círculo de lazos que giraban veloces y a su madre con ajorcas de plata incrustadas de turquesas tintineando en sus muñecas cabalgando a desesperada velocidad en arriesgadas evoluciones que estremecían a su hijo menor y ponían en pie al público de todas las ciudades desde Texas a Oregón que aplaudía con frenético entusiasmo.) Hasta que Perry cumplió cinco años, la compañía «Tex y Flo» continuó exhibiendo su espectáculo de rodeo. Como forma de vida no puede decirse que fuera «un lecho de rosas» contaba una vez Perry: -Nosotros seis metidos en un camión viejo, viajábamos, dormíamos en él, a veces, vivíamos de gachas, chocolatinas y leche condensada. Hawks era la marca de la leche condensada que fue lo que me enfermó de los riñones, el azúcar que contenía, por eso siempre mojaba la cama. Pero no es que fuera tampoco una existencia totalmente desdichada, especialmente para los chiquillos, orgullosos de sus padres de quienes admiraban su espectacularidad y valentía... sin duda una existencia más feliz que la que luego siguió. Porque Tex y Flo, obligados ambos por sus achaques a abandonar aquel ritmo de vida, se establecieron en Reno, Nevada. Se peleaban siempre y Flo empezó a «darse al whisky» y luego, cuando Perry tenía seis años, se fue a San Francisco llevándose consigo a los hijos. Fue exactamente como el padre lo había escrito: «Yo la dejé marchar cuando se fue y cogió el coche y me dejó allí plantado (esto fue durante la depresión). Mis hijos lloraban a voz en cuello. Ella no hacía más que maldecirlos en diciendo que encima luego se fugarían para reunirse conmigo.» Y en verdad, durante el curso de los tres años siguientes, Perry se escapó en varias oportunidades dispuesto a encontrar al padre que había perdido, aprendiendo a «despreciarla». El licor le había tornado la cara fofa, había hinchado el cuerpo de la que fue ágil y flexible muchacha cherokee, le 86