alrededor de una mesa dispuesta con los mejores manjares, sino ante el túmulo de un funeral
múltiple.
En el Profesorado, Wilma Kidwell tenía que dominarse para procurar dominar a su hija,
porque Susan, con los ojos hinchados y en plena crisis de violentas náuseas, insistía
desesperadamente en querer marcharse porque debía, a toda costa, correr a la granja de Rupp
que estaba a cinco kilómetros.
-¿No lo entiendes, mamá? -decía-. ¿Y si Bobby se entera? El la quería. Nosotros dos la
queríamos. Tengo que ser yo quien se lo diga.
Pero Bobby ya lo sabía. De vuelta a su casa, Ewalt pasó por la granja de los Rupp y
tuvo una conversación con su amigo Johnny Rupp, padre de ocho hijos de los que Bobby era
el tercero. Juntos se fueron luego a un edificio separado de la granja propiamente dicha,
demasiado pequeña para albergar a todos los hijos Rupp, de manera que los niños dormían en
aquel anexo y las niñas «en casa». Bobby se estaba haciendo la cama. Prestó atención a lo que
le decía Ewalt, no hizo comentarios y le dio las gracias por haber ido hasta allí. Después de lo
cual, salió del edificio y se quedó de pie al sol. La finca de los Rupp está en una despejada
altiplanicie desde la que se pueden ver los campos segados, relucientes de sol, de la finca
River Valley. Fue ese escenario lo que estuvo contemplando durante casi una hora. Nadie
consiguió distraerle ni sacarle de allí. Se oyó la campana que anunciaba que la comida estaba
en la mesa, la madre le decía a Bobby que entrara en la casa, repitiéndoselo una y otra vez.
Hasta que por fin el padre le dijo:
-No. Es mejor dejarlo solo.
También Larry, el hermano menor, se negó a obedecer a la llamada de la campana. Se
movía en torno a Bobby, incapaz de ayudarle, pero con ganas de hacerlo, a pesar de que se
oyó decir algún que otro «lárgate». Luego, más tarde, cuando su hermano cambió de postura y
echó a andar hacia la carretera, a campo traviesa camino de Holcomb, Larry se fue tras él.
-¡Eh, Bobby! Escucha. Si hemos de ir a alguna parte, ¿por qué no tomamos el coche?
Su hermano no le contestó. Caminaba muy decidido, en realidad corría, pero a Larry no
le costaba darle alcance, pues, aunque sólo tenía catorce años, era más alto, más ancho de
pecho y tenía las piernas más largas. A pesar de todos sus méritos deportivos, Bobby, era de
talla algo inferior a la media, robusto pero delgado, un muchacho de buena musculatura y
rostro franco, feote y atractivo.
-¡Eh, Bobby! Escucha. No van a dejar que la veas. No te serviría de nada.
Bobby se volvió y le dijo:
-Tú vete. Vuélvete a casa.
El hermano menor se detuvo un momento y luego volvió a seguirlo a distancia. A pesar
de la temperatura de sequía del tiempo de las calabazas y de la árida luminosidad del día, los
muchachos sudaban cuando se aproximaron a una barrera que la policía del estado había
erigido a la entrada de la finca River Valley. Muchos amigos de la familia Clutter y forasteros
de toda la región de Finney se habían reunido allí, pero ninguno había podido cruzar la
barrera que, poco después de la llegada de los hermanos Rupp, fue brevemente alzada para
permitir la salida a cuatro ambulancias, número requerido para el transporte de las víctimas, y
de un coche atestado de hombres que colaboraban con el sheriff, hombres que ya entonces
mencionaban el nombre de Bobby Rupp. Porque Bobby, como él mismo iba a saber antes de
la caída de la noche, era el sospechoso número uno.
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