Mamá Truitt se rindió. Como siempre, Myrt sabía de qué se trataba y tenía la última
palabra. De pronto se le ocurrió una idea.
-Myrt, si sólo es Bonnie, ¿por qué dos ambulancias?
Pregunta sensata que, siendo la señora Clare una admiradora de la lógica aunque la
aplicaba de modo harto curioso, no tuvo más remedio que admitir. Dijo entonces que llamaría
por teléfono a la señora Helm.
-Seguro que Mabel sabrá algo.
La conversación con la señora Helm duró varios minutos y fue de lo más angustiosa
para Mamá Truitt que no podía oír más que las respuestas vagas y monosilábicas de su hija.
Peor aún, cuando su hija colgó el teléfono, no satisfizo la curiosidad de su madre sino que se
bebió el café, fue luego a su mesa y empezó a timbrar un montón de cartas.
-Myrt -gimió Mamá Truitt-. Por el amor de Dios, ¿qué dijo Mabel?
-No me extraña nada -contestó la señora Clare-. No hay más que ver cómo pasó la vida
Clutter, siempre obsesionado con la prisa, precipitándose a recoger su correo sin tener nunca
un segundo para decir «buenos días», «gracias», corriendo de acá para allá como un gallo sin
cabeza, haciéndose socio de clubes, mangoneándolo todo, acaparando puestos que quizás
otros querían. Y fíjate ahora... Todo se le acabó. Bueno, ya no tendrá prisa por ir a ninguna
parte.
-¿Por qué, Myrt? ¿Por qué?
La señora Clare levantó la voz:
-Porque está muerto. Y Bonnie también. Y Nancy. Y el chico. Los han matado a tiros.
-Myrt..., no digas esas cosas. ¿Quién los mató? -suplicó Mamá Truitt.
Sin dejar de timbrar las cartas, la señora Clare replicó:
-El tipo del avión. Aquel a quien Herb le puso el pleito porque cayó sobre sus frutales.
Si no fue él, tal vez hayas sido tú. O cualquier vecino. Los vecinos son todos serpientes de
cascabel, malas víboras que están esperando poder darte con la puerta en las narices. Es lo
mismo en todo el mundo. Ya lo sabes.
-No -dijo Mamá Truitt tapándose las orejas con las manos-. Nunca supe de una cosa así.
-Malas víboras.
-Tengo mucho miedo, Myrt.
-¿De qué? Cuando te llega la hora, te llega. Y no te van a salvar las lágrimas -se dio
cuenta de que su madre empezaba a verter algunas- Cuando murió Homer gasté todo el miedo
que llevaba dentro y todo el dolor también. Si anda alguien por ahí con ganas de cortarme el
cuello, le deseo mucha suerte. ¿Qué más da? En la eternidad todo es lo mismo. Porque
recuerda esto: si un pájaro llevara la arena, grano a grano, de un lado a otro del océano,
cuando la hubiera transportado toda, eso sólo sería el principio de la eternidad. De manera que
suénate.
La horrible información anunciada desde los pulpitos de las iglesias, difundida por los
cables telefónicos, publicada por la estación de radio de Garden City, KIUL («Increíble
tragedia, indescriptible con palabras, se ha abatido sobre cuatro miembros de la familia de
Herb Clutter a última hora del sábado o en la madrugada de hoy. La muerte, brutal y sin
motivo aparente...») provocó en el oyente común una reacción más próxima a la de Mamá
Truitt que a la de la señora Clare: estupor teñido de consternación, una sensación de vago
horror que las heladas fuentes del miedo individual se encargaron rápidamente de hacer más
profunda e intensa.
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