A SANGRE FRIA | Page 208

-¿Recuerda usted que se le preguntó si era contrario o no a la pena de muerte? Asintiendo con la cabeza el testigo respondió: -Dije que en condiciones normales probablemente me pronunciaría en contra, pero que dada la magnitud del crimen de que se trata probablemente votaría a favor. Enredarse con Tate fue más difícil: Shultz pronto reconoció que tenía a un tigre cogido por la cola. En respuesta a la pregunta de si era cierta aquella supuesta amistad personal con el señor Clutter, el juez respondió: -En una ocasión se presentó (Clutter) como litigante en este tribunal, caso que yo presidí y que se refería a los perjuicios ocasionados en su propiedad por la caída de un avión. Había presentado querella, según recuerdo, por los daños causados en unos árboles frutales. Fuera de ésta, no tuve otra ocasión de vincularme con él. Absolutamente ninguna. Le habré visto una o dos veces en el curso de un año... Shultz, torpemente, cambió de tema. -¿Sabría decir -le preguntó- cuál era el estado de ánimo de la población tras el arresto de aquellos dos hombres? -Creo que sí -contestó el juez con cáustica seguridad-. En mi opinión, el estado de ánimo era el normal que se experimenta para con cualquier reo de ofensa criminal: que fueran juzgados de acuerdo con la ley, que si resultaban culpables, debían ser condenados, que recibieran, en todo caso, el mismo trato que cualquier otra persona, no existía prejuicio contra ninguno de ellos porque estuvieran acusados de un crimen. -¿Quiere usted decir -insinuó sutilmente Shultz- que no veía razón por la que el tribunal debiera cambiar de jurisdicción para el proceso? Los labios de Tate se curvaron hacia abajo, sus ojos brillaban. -Señor Shultz -dijo, como si aquel nombre fuera un prolongado siseo-, el tribunal no puede por propia iniciativa decidir un cambio de jurisdicción procesal. Ello sería contrario a la ley de Kansas. Yo no podía decidir un cambio, a menos que fuera requerido por la vía correspondiente. Pero ¿por qué no lo habían requerido los abogados defensores? Shultz presentó la cuestión ante los mismos abogados allí presentes ya que desacreditarlos y probar que no habían facilitado a sus clientes un mínimo de protección era, desde el punto de vista del abogado de Wichita, el principal objetivo de la encuesta. Fleming y Smith soportaron el ataque con mucha clase, especialmente Fleming que, con una audaz corbata roja y permanente sonrisa, aguantó a Shultz con resignación caballeresca. Explicando por qué no había requerido el cambio de sede procesal, dijo: -Yo entendía que desde que el reverendo Cowan, ministro de la Iglesia metodista y hombre de peso en la comunidad y muy respetado, así como otros muchos ministros, se habían pronunciado en contra de la pena capital en esta zona, ello habría influido en la gente y habría aquí más personas que se inclinarían por la benevolencia, que quizás en cualquier otro lugar del estado. Además, creo que fue el hermano de la señora Clutter quien también hizo una declaración que apareció en los periódicos diciendo que él no sentía necesidad de que tuviera que condenarse a muerte a los acusados. Shultz tenía una veintena de cargos, pero bajo todos ellos yacía la insinuación de que, a causa de la presión local, Fleming y Smith, deliberadamente, habían desatendido sus deberes. Ambos hombres, mantenía Shultz, habían traicionado a sus clientes por no consultarles suficientemente. (Fleming replicó: «Trabajé el caso dedicándole todo mi saber y entender y mucho más tiempo que el de costumbre concedo a otros casos».) Que habían renunciado al examen previo de testigos (Smith contestó: «Pero señor, ni el señor Fleming ni yo habíamos 208