A SANGRE FRIA | Page 205

Texas, era el menor de los hijos de unos prolíficos padres, sin dinero, que vivían en continua pelea y que cuando acabaron por separarse dejaron que la prole se las compusiera por su cuenta, despreciada, perdida y dispersada como manojos de hierba que el viento lleva. A los diecisiete años, necesitado de refugio, Latham se alistó en el ejército. Dos años después fue declarado prófugo por ausentarse sin licencia y arrestado en las celdas de castigo de Fort Hood, Texas. Fue allí donde conoció a Ronnie York que cumplía condena por la misma infracción. Aunque eran muy distintos, incluso físicamente -York alto y flemático, mientras el tejano era un hombre bajo con oscuros ojos de zorra que animaban un rostro pequeño, ladino y compacto-, descubrieron que por lo menos compartían una firme opinión: el mundo era odioso y todos sus habitantes estarían mejor muertos. -Es un mundo podrido -decía Latham-. No se le puede responder más que con maldad. Es la única cosa que todo el mundo entiende: la maldad. Quémale la casa a un hombre, entonces comprenderá. Envenénale el perro. Asesínalo. Ronnie afirmó que Latham «tenía razón cien por cien». Y luego añadió: -De todos modos, si matas a alguien, no le haces más que un favor. Las primeras personas elegidas para hacerles ese favor fueron dos mujeres de Georgia, respetables amas de casa que tuvieron la desgracia de tropezarse con York y Latham cuando el par de asesinos, fugándose de las celdas de castigo de Fort Hood, habían robado una camioneta y se dirigían a Jacksonville, Florida, cuna de York. El escenario del encuentro fue una estación de Esso, en la oscura periferia de Jacksonville. La fecha, la noche del 29 de mayo de 1961. En un principio, los dos prófugos tenían intención de ir a aquella ciudad de Florida para hacerle una visita a la familia de York, pero una vez allí, York creyó poco prudente ponerse en contacto con los suyos, porque a veces su padre sacaba un genio de todos los diablos. El y Latham lo comentaron y habían decidido como nuevo destino Nueva Orleáns, cuando pararon en una estación de Esso a poner gasolina. A su lado, otro coche reponía combustible. En él se hallaban dos señoras, las futuras víctimas, que después de pasar el día de compras y recreo en Jacksonville se volvían a sus casas de una pequeñísima población junto a la frontera Florida-Georgia. ¡Ay!, habían perdido el camino. York, a quien se lo preguntaron, estuvo muy cortés. -No tienen más que seguirnos. Las dejaremos en la buena carretera. Pero la carretera a la que las llevaron, de buena no tenía nada: estrecha, curva tras curva, iba a perderse en unas marismas. Sin embargo, las señoras, confiadas, fueron siguiendo hasta que el vehículo que las precedía se detuvo y entonces vieron, a la luz de los faros, que los dos serviciales jóvenes se acercaban a pie y vieron también, pero demasiado tarde, que cada uno iba armado con una vara de ganado negra. Las varas pertenecían al dueño de la camioneta robada, un ganadero. Fue idea de Latham usarlas como garrote, que fue lo que, tras robar a las señoras, hicieron. En Nueva Orleáns, los mozos se compraron una pistola y marcaron en la culata dos muescas. En el transcurso de los diez días siguientes, fueron sucesivamente añadidas más muescas: En Tullahoma, Tennessee, donde se hicieron con un elegante Dodge rojo convertible, matando a tiros a su dueño, un viajante de comercio; en un suburbio de St. Louis, Illinois, donde otros dos hombres fueron asesinados. La víctima de Kansas, que siguió a estas cinco, fue un abuelo, de sesenta y dos años, Otto Ziegler; robusto y cordial, una de esas personas que no saben seguir carretera adelante sin ofrecer ayuda cuando ven a alguien con el coche parado. Una bonita mañana de junio, a toda velocidad en su coche por una autopista de Kansas, el señor Ziegler vio de pronto un coche rojo convertible parado en la cuneta con el capó levantado y un par de bien parecidos jóvenes hurgando en el motor. ¿Cómo iba a saber el generoso señor Ziegler que el coche no tenía falla alguna? ¿Que se trataba sólo de un truco para robar y matar a todo aquel que se sintiera samaritano? Sus últimas palabras fueron: 205