Al recibir como respuesta un movimiento de cabeza afirmativo, el consejero espiritual
del detenido pasó a la habitación contigua, atestada de policías expectantes, y les anunció con
alivio:
-Ya pueden entrar. El muchacho está dispuesto a declarar.
El caso Andrews se convirtió en el fundamento de una cruzada médica y legal. Antes de
iniciarse el proceso, en el que Andrews se declaró inocente en razón de enfermedad mental, el
personal psiquiátrico de la Clínica Menninger llevó a cabo un exhaustivo examen del acusado,
que dio como resultado el diagnóstico de «esquizofrenia simple». Por «simple» los
especialistas entendían el hecho de que Andrews no sufría ilusiones, ni percepciones falsas, ni
alucinaciones, sino el primer estadio de la enfermedad mental que consiste en la separación de
pensamiento y sentimiento. Comprendía la naturaleza de sus actos y sabía que eran prohibidos
y que por ellos se hacía merecedor de castigo.
-Pero -declaró el doctor Joseph Satten, uno de los que lo examinaron- Lowell Lee
Andrews no experimenta emoción alguna. Se considera a sí mismo la única persona
importante y significativa del mundo entero. Y en ese recluido mundo suyo, se siente con
igual derecho a matar a su madre como a un animal o a una mosca.
En opinión del doctor Satten y sus colegas, el crimen de Andrews ofrecía un ejemplo
tan indiscutible de irresponsabilidad, que el caso se prestaba admirablemente para debatir la
ley M'Naghten en los tribunales de Kansas. La ley M'Naghten, como hemos dicho ya, no
reconoce forma alguna de enfermedad mental cuando el acusado es capaz de distinguir entre
el bien y el mal: legalmente y no moralmente. Con gran contrariedad de psiquiatras y juristas
liberales, esta ley prevalece en los tribunales de la Comunidad Británica de Naciones y en
Estados Unidos, en todos los estados, además del distrito de Columbia (excepto una media
docena de ellos donde rige la ley más indulgente, si bien para algunos poco práctica, de
Durham, según la cual un acusado no es criminalmente responsable de su acto contra la ley, si
es producto de enfermedad o defecto mental).
En resumen, lo que pretendían conseguir los defensores de Andrews, un equipo
compuesto por los psiquiatras de la Clínica Menninger y dos abogados de primera categoría,
era una victoria que sentara un rotundo precedente legal. El objetivo fundamental era
persuadir al tribunal de que sustituyera la ley M'Naghten por la de Durham. De conseguirlo,
Andrews, con la abundancia de pruebas sobre su esquizofrenia, no sería condenado a la horca,
ni siquiera a la cárcel, sino que sería confinado en el Hospital del Estado para insanos
criminales.
Pero la defensa había hecho planes sin contar con el consejero religioso del acusado, sin
contar con el incansable reverendo señor Dameron, que apareció en el proceso como testigo
principal de la acusación y que, con el complicado estilo rococó de un teatral predicador de
feria, declaró al tribunal que había advertido con frecuencia a su antiguo alumno de la escuela
dominical contra la cólera divina.
-Y yo afirmo que no hay nada en este mundo tan precioso como tu alma y que
reconociste ante mi muchísimas veces que tu fe era débil, que no tenías fe en Dios. Sabes muy
bien que todos los pecados atentan contra Dios y que Dios será tu juez supremo y que ante El
tendrás que responder de tu delito. Todo cuanto he dicho, lo declaro para hacer comprender el
acusado lo terrible de su crimen y que tendrá que responder de él ante el Todopoderoso.
Al parecer, el reverendo Dameron había determinado que el joven Andrews tenía que
responder de su acto no sólo ante el Todopoderoso, sino también ante poderes más
temporales, pues fue su testimonio, unido a la confesión del acusado, lo que decidió el asunto.
El juez que presidía se atuvo a la ley M'Naghten y el jurado condenó a pena de muerte al
acusado.
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