-Lo leí en los periódicos.
-Antes de acudir a las autoridades, ¿no es así?
Y cuando el testigo admitió que eso era cierto, Smith, triunfante, prosiguió:
-¿Qué clase de inmunidad le ha ofrecido a usted el fiscal para que se presente aquí hoy a
declarar?
Pero Logan Green protestó:
-Nos oponemos a la formulación de la pregunta. Su Señoría. No ha habido promesa de
inmunidad alguna.
La objeción fue escuchada y el testigo despedido. Hickock anunció con voz que oyó
todo el que tenía orejas:
-Hijo puta. Si alguien merece que lo ahorquen, es él. Hay que ver. Ahora sale, cobra los
cuartos y lo sueltan.
La predicción resultó exacta porque no mucho después Wells obtuvo ambas cosas, la
libertad y la recompensa. Pero su buena fortuna duró poco. Pronto volvió a las andadas y a lo
largo de los años ha pasado por muchas vicisitudes. En la actualidad se halla en la Prisión del
Estado de Mississippi de Parchman, condenado a treinta años por robo a mano armada.
El viernes, cuando la vista se aplazó por el fin de semana, el estado había terminado la
acusación que incluía la comparecencia de cuatro agentes especiales de la Oficina Federal de
Investigación de Washington D. C. Esos hombres técnicos de laboratorio, especializados en
diversas ramas de la investigación científica criminal, habían estudiado las pruebas físicas que
vinculaban a los acusados con los asesinatos (marcas de sangre, pisadas, cartuchos, cuerda y
cinta adhesiva) y cada uno de ellos certificó la validez de las pruebas presentadas en el juicio.
Para terminar, los cuatro agentes del KBI dieron cuenta de sus entrevistas con los detenidos y
de sus confesiones. En el contrainterrogatorio de los hombres del KBI, los abogados de la
defensa, sin otra salida, alegaron que la confesión de culpabilidad había sido obtenida por
medios impropios: brutales interrogatorios con focos potentes, en cuartos pequeños como
armarios. La alegación, que no era cierta, irritó a los detectives que la negaron con
declaraciones muy convincentes. Después, en respuesta a un periodista que le preguntaba por
qué había seguido con tanta obstinación aquel absurdo intento, el abogado de Hickock soltó:
«¿Qué otra cosa puedo hacer? Diablos, no tengo ninguna carta en la mano. Pero no me voy a
quedar ahí como una momia. Tengo que abrir la boca de vez en cuando.”
El más efectivo testigo del fiscal fue Alvin Dewey. Su declaración, el primer relato
público de los sucesos narrados en la confesión de Perry Smith, mereció grandes titulares
(REVELACIÓN DEL MUDO HORROR DEL DELITO. Recuento de los escalofriantes
hechos) y sobrecogió al auditorio; a nadie tanto como a Richard Hickock que, sorprendido y
contrariado, prestó atención cuando en el curso de su declaración el agente Dewey dijo:
-Hay un incidente que Smith me contó y que no he mencionado hasta ahora. Después
que la familia Clutter hubo sido atada, Hickock le dijo que Nancy Clutter le gustaba mucho y
que iba a violarla. Smith dice que le contestó a Hickock que ni soñara en hacer eso. Smith me
explicó que despreciaba a la gente que no podía dominar sus impulsos sexuales y que se
hubiera pegado con Hickock antes de permitirle que violara a la chica Clutter.
Hasta aquel momento Hickock ignoraba que su cómplice había informado a la policía
de aquel propósito suyo y también que, con espíritu más amistoso, Perry había alterado su
versión original para declarar que había sido él quien disparara contra las cuatro víctimas,
hecho que Dewey reveló solamente al final de su exposición.
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