A SANGRE FRIA | Page 179

-Es absurdo. Es absurdo que hagan proceso. Como último testigo del día, el fiscal había prometido presentar a un «hombre misterioso». Era el hombre que había proporcionado la información que condujo al arresto de los acusados: Floyd Wells, el antiguo compañero de celda de Hickock. Como todavía estaba cumpliendo condena en la Penitenciaría del Estado de Kansas y, por tanto, en peligro de que los demás presos le hicieran objeto de represalias, Wells no había sido identificado públicamente como delator. Y para que pudiera prestar declaración como testigo sin riesgo, fue transferido de la penitenciaría a una pequeña cárcel de un condado vecino. No obstante, Wells al cruzar la sala en dirección al estrado de los testigos, lo hizo de forma furtiva, como si temiera hallarse con un asesino en su camino, y cuando pasó junto a Hickock los labios de Hickock se contrajeron al silbar unas pocas palabras atroces. Wells fingió no darse cuenta, pero como el caballo que ha oído el tintineo de una serpiente de cascabel, se apartó de la venenosa proximidad del hombre traicionado. Subió a la tarima y quedó mirando a la lejanía. Era un tipo sin barbilla, con aspecto de bracero, que llevaba un traje azul marino muy sobrio, que el estado de Kansas le había comprado para la ocasión. El estado se había preocupado de que su más importante testigo tuviera aspecto respetable y, por consiguiente, digno de crédito. El testimonio de Wells, perfeccionado por un ensayo antes del proceso, fue tan pulcro como su aspecto. Alentado por los avances comprensivos de Logan Creen, el testigo reconoció que en un tiempo, durante un año aproximadamente, había trabajado como peón en la finca River Valley. Siguió diciendo que unos diez años después, cumpliendo condena por robo, se había hecho amigo de otro ladrón, Richard Hickock, y que le había descrito la hacienda Clutter. -Vamos -le preguntó Green-, en sus conversaciones con el señor Hickock, ¿qué dijeron del señor Clutter? -Bueno hablamos bastante del señor Clutter. Hickock decía que estaba a punto de obtener la libertad bajo palabra y que iría al oeste a buscar trabajo y que quizás iría a ver si el señor Clutter se lo podía dar. Y yo le decía lo rico que era el señor Clutter. -¿Eso parecía interesar al señor Hickock? -Bueno, quería saber si el señor Clutter tenía una caja de caudales en casa. -Señor Wells, ¿creía usted entonces que había una caja fuerte en casa del señor Clutter? -Bueno, pues hacía tanto tiempo que yo había trabajado allí... Creí que tenía una caja fuerte. Sabía qué había una especie de armario... Todo lo que sé es que él (Hickock) se puso a hablar de robar al señor Clutter. -¿Le dijo cómo pensaba llevar a cabo el robo? -Me dijo que si hacía algo así, no dejaría testigos. -¿Dijo qué pensaba hacer con los testigos? -Sí. Me dijo que probablemente los ataría y que después de cometer el robo los mataría. Establecida así la premeditación en primer grado, Green dejó el testigo en manos de la defensa. El anciano señor Fleming, clásico abogado de provincias, mucho más diestro en cuestiones inmobiliarias que criminales, inició el contrainterrogatorio. El objetivo de sus preguntas, como demostró bien pronto, fue introducir un tema que el fiscal había evitado cuidadosamente: la participación de Wells en el proyecto de asesinato y su responsabilidad moral. -¿No le dijo usted -preguntó Fleming apresurándose a llegar al meollo de la cuestión- nada al señor Hickock para convencerle de que no robara ni matara a la familia Clutter? 179