-Pregúntenselo a Dick. El lo sabrá. Yo nunca recuerdo esas cosas.
Dewey se dirigió a su colega:
-Clarence, me parece que es hora de que seamos sinceros con Perry.
Duntz se encorvó hacia adelante. Duntz es un peso pesado con la agilidad de un peso
ligero, pero sus ojos son perezosos y velados. Habla lentamente, cada una de sus palabras
parece pronunciada de mala gana y con un dejo de la pradera.
-Sí -asintió-. Creo que ha llegado.
-Presta mucha atención, Perry, porque el señor Duntz va a decirte dónde estabas la
noche de aquel sábado. Dónde estabas y qué hacías.
-Asesinabas a la familia Clutter -dijo Duntz.
Smith tragó saliva. Empezó a frotarse las rodillas.
-Estabas allá en Holcomb, en Kansas. En casa del señor Herbert W. Clutter. Y antes de
salir de aquella casa, mataste a todas las personas que había en ella.
-Nunca. Yo nunca.
-¿Nunca qué?
-Conocí a nadie que se llamara Clutter.
Dewey le llamó embustero y sacándose de la manga una carta que en una consulta
previa los cuatro detectives habían acordado jugar como último recurso, le dijo:
-Hay un testigo con vida, Perry. Alguien a quien pasasteis por alto.
Transcurrió un minuto entero y Dewey disfrutó con el silencio de Smith, porque un
inocente hubiera preguntado quién era aquel testigo y quiénes eran esos Clutter y por qué
creía que él les había dado muerte... Hubiera dicho, en fin, algo. Pero Smith seguía callado,
frotándose las rodillas.
-¿Y bien Perry?
-¿Tiene una aspirina? Me quitaron las aspirinas.
-¿Te encuentras mal?
-Son mis piernas.
Eran las cinco y media. Dewey, con toda intención, terminó bruscamente la entrevista.
-Volveremos a hablar de esto mañana. A propósito, ¿sabes qué día es mañana? El
cumpleaños de Nancy Clutter. Hubiera cumplido los diecisiete años.
«Hubiera cumplido diecisiete años.» Perry, insomne, de madrugada (recordó luego), se
preguntaba si sería cierto lo del cumpleaños de la muchacha y decidió que no, que era una
forma de hacerle perder el control, como aquella falsa historia del testigo, «un testigo con
vida». No podía haber ninguno. A no ser que... ¡Si pudiera hablar con Dick! Pero a él y a Dick
los habían separado. Dick estaba encerrado en una celda dentro de otro piso. «Presta mucha
atención, Perry, porque el señor Duntz va a decirte dónde estabas...» Hacia la mitad del
interrogatorio, cuando empezó a notar las numerosas alusiones a aquel fin de semana de
noviembre, se fue preparando para lo que sabía había de llegar y, cuando el fornido cow-boy
de voz adormilada dijo: «Asesinabas a la familia Clutter»... bueno, casi se muere, ésa es la
verdad. Debió de perder cinco kilos de golpe. A Dios gracias no lo había dejado traslucir. O
así lo esperaba. ¿Y Dick? Era de suponer que habrían usado el mismo truco con él. Dick era
listo, comediante, convincente, pero no tenía cojones, se asustaba con facilidad. Aun así, por
mucho que le hubieran apretado los tornillos, Perry estaba convencido de que no se iría de la
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