65LA CIUDAD DE LAS CASAS DE MADERA_1 | Page 58

Era la misa del gallo a las 4 de la mañana . En realidad , los gallos cantan a cualquier hora … Entonces funcionaban los relojes de arena en donde se podía percibir como se escurría el tiempo con la arena que pasaba . Era un símil de como también se escapa la vida …
Una larga caravana de sombras de velo y mantilla cruzaba las calles en la madrugada , alumbrada por un farolito que llevaba adelante algún paje .
Imaginemos los hombres de sombrero de copa y traje oscuro , imaginemos cruzando los charcos que deja el invierno , mientras desde la torre se daban las campanadas de las cuatro .
No importa cuál sea el tipo de sociedad o religiosidad , el ser humano siempre ha intuido una sed de infinito .
En la iglesia el olor de incienso quemado con brasas de carbón transformaba la atmósfera de aromas envolventes . De vez en cuando una mirada furtiva de alguna muchacha , que aprovechaba para mirar a su pretendiente , ponía la nota romántica de los tiempos coloniales .
Era un acto devocional ir a la iglesia antes de iniciar los trabajos del día .
Apenas la calle de la Orilla estaba adoquinada hacia finales del siglo XVIII . La vida transcurría en calma como si el tiempo y los días no pasaran .
Se vivían las mismas costumbres de la España peninsular . El poder era ejercido por una rara mezcla de obispos y corregidores , cuyos límites no eran fáciles de delimitar .
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