Sinaí”, las experiencias traumáticas de los presos de los campos de
concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial dejan secuelas a
nivel biológico en sus descendientes.
El equipo del estudio, dirigido por Rachel Yehuda (experta en epigenética y en
los efectos intergeneracionales del trauma), han establecido los descendientes
sufren una alteración que hace que cuenten con un nivel bajo de cortisol que el
resto de la gente. Esta sustancia es la encargada de hacer volver a la
normalidad el cuerpo después de un trauma. El estudio además afirma que los
efectos biológicos pueden quedar de por vida. Según Rachel Yehuda, los
efectos podían transmitirse a través del útero.
Además los supervivientes de los campos de concentración pueden llegar a
tener tipos de hormonas de estrés, lo que les hace padecer diferentes trastornos
relacionados con la ansiedad y una alta probabilidad de sufrir estrés
postraumático, obesidad e hipertensión.