¿Quién
educa a
quién?
Si algo he aprendido
enseñando en Los
Nogales es que no
hay un lugar común
más errado que el
de ver al
adolescente como
alguien frívolo,
contradictorio e
intelectualmente
perezoso.
U
no de mis estudian-
tes, que sabía que en
el Colegio sabíamos
que él fumaba, se me acercó un
día después de clase para reco-
mendarme, muy seriamente,
que hiciera como él y dejara de
fumar:
–En serio Pacho – me dijo –
debería intentarlo. Por su
bien.
En otra clase, con otro cur-
so, me negué a seguir discu-
tiendo sobre un concepto que,
a mi parecer, nos desviaba del
tema central de la discusión.
Decidí zanjar la polémica con
un zarpazo retórico:
– ¡Eso no se puede explicar!
– les dije, ya un poco alterado.
– Pero Pacho, usted nos dijo
una vez que todo lo que puede
ser pensado puede ser explica-
do. Este joven con cresta se
refería a una cita de Wittgens-
tein que yo me había sacado
de la manga unos meses atrás
con la idea de estimularlos a
escribir con claridad.
En mi curso de Romanticis-
mo hace un par de años, un
estudiante de moral intacha-
ble presentó un extenso ensa-
yo en el que sustentaba con
solidez cómo, según lo que ha-
bíamos estudiado sobre ese
período, las personas de nues-
tro entorno que mejor repre-
sentaban el ideal romántico
eran, sin lugar a dudas, los
narcotraficantes. Cuando tuve
que llenar una carta de reco-
mendación para él, no dudé
en citar ese trabajo como su
mayor logro académico en mi
materia.
Yo sé que el cigarrillo me
hace daño, pero relativizo el
problema de tener un vicio
por que me reconozco incapaz
de tener la determinación de
dejarlo. Además, eso de fumar
no me parece tan grave. En
cuanto a la incoherencia, como
todos los de mi generación,
tengo asimilado que contrade-
cirse es un derecho. Trato de
no hacerlo, pero no tengo pro-
blema en retractarme y expli-
car las razones de un cambio
de opinión.
Frente a la realidad que nos
rodea, tiendo a asumir una po-
sición radical y poco compasi-
va. Creo que todo el que co-
mete un delito es un delin-
cuente, sin importar las
circunstancias atenuantes. Así
mismo, creo que debe purgar
una pena. A veces no me tomo
el trabajo de pensar con pro-
fundidad sobre los problemas
sociales que nos agobian. Si
algo he aprendido enseñando
en Los Nogales es que no hay
un lugar común más errado
que el de ver al adolescente
como alguien frívolo, contra-
dictorio e intelectualmente
perezoso.
Los estudiantes de este Co-
legio se toman todo muy en
serio (a veces demasiado); son
verticales en cuanto a sus con-
vicciones (a veces erradas) y
piensan con profundidad so-
bre su colegio, su familia y su
país (a veces no logran articu-
larlo). Creo firmemente que el
nivel de compromiso que de-
muestran conmigo no se expli-
ca de otra forma que por su
afán de educarme.
Francisco Barrios
// Profesor de Español
Secundaria Básica
Colegio Los Nogales |
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