25 años CLN Mayo 2017 | Page 15

Me lloran los ojos cuando tengo hambre A lmorzar con los niños y las niñas del curso durante dos días a la semana se ha convertido en un pretexto, no sólo para darme cuenta de las rutinas a la hora de almorzar, sino para charlar de manera informal, para es- tar con ellos en otro espacio, para compartir cosas y gene- rar otros ámbitos de comu- nicación. Algunos cuentan anécdotas de sus viajes, otros comentan sobre sus sueños y miedos a la hora de dormir, otros, de sus pasa- tiempos y sobre lo que co- men o hacen los fines de se- mana. Unos cuantos, por supuesto varones, hablan de los no poco comentados partidos de fútbol. No falta el que siempre sale con sus chistecitos y no falla el que 14 | CLN me acribilla a preguntas so- bre mi edad, mis gustos o mi vida personal. Aquí más o menos “todo vale”. Un viernes, en una de esas ya acostumbradas “tertu- lias”, me quedé mirando a una de las niñas que estaba sentada en diagonal a mí. Ella, es una de esas niñas que casi nunca interviene en las charlas pero con sus ojitos, con su presencia y con su mirada está partici- pando y aprobando todo. Vi a través de sus lentes sus ojos llorosos y pregunté sin vacilar: –¿María por qué es- tás llorando? Ella, un poco turbada, respondió de in- mediato: – Cris, lo que pasa es que me lloran los ojos cuando tengo hambre. Ante tal respuesta la que quedó un poco turbada fui yo: – ¿Cómo así? No entiendo. ¿Acaso no estás almorzan- do? (La niña siempre trae su almuerzo de la casa). Ella se quedó de nuevo mirán- dome. Yo de inmediato comprendí que me debía acercar y preguntarle un poco más en privado, pues para ese entonces ya reina- ba un silencio total en la mesa y ella era el centro de atención. La niña se sentó junto a mí mientras miraba con insistencia su pequeñ lonchera para tratar de en- contrar algún indicio que respondiera a mi pregunta. ENSEÑANDO - aprendiendo - participando - liderando - creciendo - soñando De nuevo, insistí: – María aún hay almuerzo en tu lonchera ¿porqué no lo ter- minas? La niña me miró, ya casi a punto de llorar. Fue entonces cuando me di cuenta de que en algún mo- mento se le había caído su lonchera y lo que estaba allí era lo que ella había logrado recoger del suelo, que por supuesto, no se atrevía a co- mer. En ese momento com- prendí la magnitud de su respuesta. Inmediatamente me paré y le pedí un al- muerzo. Ahora entiendo aún más que almorzar con los niños, más que un simple pretexto para corregir modales de mesa, verificar si realmente almuerzan suficiente o con- versar con ellos, es tener la oportunidad de descubrir sus pequeñas y trascenden- tales experiencias, esas que tantas veces pasan inadver- tidas pero que pueden ha- cer de sus vidas historias tristes, complicadas o ma- ravillosas. Y siento que, realmente, vale la pena compartirlas y no dejarlas pasar. Cristina Ramírez // Profesora de Español y Sociales 2°