2 Generaciones Número 8 | Page 6

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El martes de esta semana, platicando con mi padre acerca de los objetos antiguos que ya no usamos y que se están almacenando en la covacha de la casa, hizo la atinada observación de dos máquinas de escribir con las cuales realicé los trabajos de escuela. La primera de ellas, una máquina mecánica de color azul, la cual ya no tiene las teclas en su lugar y el paso del tiempo ya se delata en el color pálido desteñido de su carcasa. Máquina con la que cursé toda la secundaria, y me enseñó que si te equivocabas tenías que repetir el trabajo completo, porque en ese entonces, no había correctores, sólo existían unos papelitos blancos que manchaban más la hoja y no resolvían el problema como lo hacen ahora los ordenadores nuevos, que si te equivocas solo aprietas la tecla “suprimir” y asunto arreglado.

Es el caso, que esa máquina llevó a mi padre a recordar que mi abuelo Don Mario García, una persona asidua a dormir poco y trabajar mucho, tenía entre sus posesiones más preciadas una guitarra, una mandolina, una armónica y una máquina de escribir mecánica antigua. Sí, más antigua que la máquina que yo usaba, (y miren que eso ya es decir algo). Lo peculiar de dicho instrumento era que por las noches mi abuelo se ponía a trabajar y redactaba escritos, cartas, recibos, etc., todo relacionado con su trabajo u ocupación que en ese entonces era la de vender sellos de goma a diversos clientes que radicaban en la Ciudad de Oaxaca, ciudad de donde mi abuelo y mi padre son oriundos.

Mi padre ayudaba a mi abuelo, en todos los aspectos administrativos del negocio, como eran el cobrar a los clientes, recoger los paquetes de sellos que mandaban hacer a la Ciudad de México, D.F., hacer los pedidos correspondientes, en pocas palabras era su mano derecha. Por azares de la vida, a los 18 años de edad mi padre, con la firme intención de estudiar no recuerdo bien si fue la secundaria o el bachillerato, dejó a mi abuelo en Oaxaca y cambió su domicilio a la Ciudad de México, D.F.

Durante el tiempo que mi padre estuvo radicando acá, (digo acá porque ya no cambió su residencia, es más nunca regreso a Oaxaca, bueno sólo de vacaciones o fechas importantes), a la par que estudiaba, trabajaba como obrero en una empresa que se llamaba en ese entonces “Tornillos de México, S.A. de C.V.”, empresa que por cierto ya desapareció. Parte de su sueldo lo destinaba para ayudar a mi abuelo en todo lo que necesitara, ya fueran cuestiones del propio negocio, cuestiones personales, de salud, etc., ¿Qué como tengo conocimiento de esto?, bueno tengo que confesar, que esto lo supe de una manera poco ortodoxa y a escondidas, y sucedió de la siguiente manera:

Recuerdo que me encontraba en la secundaria, en esas épocas en donde quieres conocerlo todo y andas investigando nada, cuando tuve la gracia de conocer una faceta de mi padre que hasta ese entonces era desconocida para mí, pues yo sólo pensaba que mi padre era una persona egoísta, y poco interesada en mí persona, que sólo fijaba su atención en mi hermano quien era todo lo opuesto a lo que yo era (pero bueno basta, eso ya lo superé).

El caso es, que en una de las clases de la secundaria me dejaron de tarea realizar una especie de árbol genealógico de la familia con fotografías, y mi padre, en su buró, tenía una caja de cartón de color blanco, (hasta la fecha la conserva), y en su interior habían muchas fotografías, por lo que comencé a buscar en dicha caja el material de mi tarea. Inesperadamente, encontré algo que me hizo ver la vida de una forma distinta, y admirar a mi señor padre como desde ese entonces lo hago.

Al revisar unas fotografías, de pronto me encontré, como a la mitad de la caja de cartón con un folder de color beige, viejito. Te podías percatar de eso por la tonalidad del papel con el que estaba confeccionado el folder, además de que tenía el color que adquiere el papel con el paso de los años. Me dio curiosidad y comencé a inspeccionar su contenido, en dicho folder se encontraban unas cartas elaboradas en papel tamaño carta, blanco, ya algo maltratadas por el paso del tiempo. La mayoría versaban sobre asuntos diversos, sin mucha importancia. Ya algo aburrido de no encontrar algo que atrajera mi atención, me decidí a leer la última de las cartas y ahí fue en donde todo cambió. La carta no la puedo transcribir porque ahora en la actualidad no la tengo, pero recuerdo un poco su contenido y más o menos rezaba así:

OSCAR GARCIA MÉXICO

LA CARTA