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Para cada persona la libertad puede significar algo completamente diferente dependiendo del contexto en el que se encuentre.
Libertad de elección, libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de ser, de saber y hacer...
Sin embargo, en los diez años que tengo como terapeuta he llegado a comprender lo difícil que es ser libre.
Sin duda alguna la libertad de elección que tiene que ver con el libre albedrio es uno de los matices más difíciles de alcanzar.
Elegir tiene que ver con todo en nuestra vida. Cuando somos pequeños nuestros padres eligieron por nosotros. Eligieron nuestro nombre, el colegio en el que estudiaríamos, nuestra ropa, nuestro calzado, en fin, una gran cantidad de cosas que, de alguna manera, tuvo un efecto muy importante en nuestra vida adulta.
Pero ustedes ¿alguna vez han reflexionado, que nuestros ancestros aun dominan nuestras decisiones? Pues si, leyeron bien, y en mis talleres es un tema muy importante, ya que si logramos realizar una sanación completa, es un buen punto por el cual debemos pasar.
Mis mejores maestros han sido mujeres, es por ello que hoy comparto con ustedes esta entrevista, esperando sea de su interés.
Este es solo un extracto de la entrevista que se le realizó a la Dra. Anne Ancelin Shûtzenberger, la madre de la psicogenealogía:
“Somos menos libres de lo que creemos, dice Anne Ancelin, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos vínculos que se han tejido en nuestra familia”.
¿Su método? La «Terapia transgeneracional psicogenealógica contextual», cuya misión primera es estrechar el cerco de nuestras «lealtades invisibles» que nos obligan a «pagar las deudas» por nuestros ancestros, lo queramos o no, lo sepamos o no. Como escribe en ¡Ay mis ancestros!: “La vida de cada uno de nosotros es una novela. Vosotros, yo, vivimos prisioneros de una invisible tela de araña de la que también somos uno de los directores. Si enseñáramos a nuestro tercer oído, a nuestro tercer ojo, a comprender mejor, a oír, a ver estas repeticiones y estas coincidencias, la existencia de cada uno de nosotros sería más clara, más sensible a lo que somos, a lo que deberíamos ser.
Usted es psicoanalista, pero cuando recibe a un paciente, se interesa muy poco en su historia individual: le pide que le dé informaciones sobre la vida de sus ancestros. Le hace que escriba fechas. ¿Cómo ha llegado a transformar así el desarrollo de la cura?
En los años setenta, iba a analizar a domicilio a una joven sueca de treinta y cinco años que estaba desahuciada por el cáncer. Los médicos acababan de amputarle una parte del pie y se preparaban, impotentes, a amputar todavía más. Ya que yo era psicoanalista, pedí a esta mujer que dejara libre su mente y me contara todo lo que pasaba por su cabeza. Como ya sabe, este ejercicio habría podido desarrollarse durante diez años. Había el retrato de una mujer joven en la pared del salón. Mi paciente me dijo que se trataba de su madre, muerta de cáncer a la edad de treinta y cinco años. Y bueno, no sé porqué, ese día, esta doble coincidencia de edad y enfermedad me dejó estupefacta. De pronto tuve la impresión de que esta mujer se había programado para caer enferma a la misma edad en que su madre había muerto de cáncer.
¿Qué le impedía pensar en la enfermedad como una simple casualidad?, ¿o más bien como una transmisión genética?
Esa es la dificultad que se plantea para todo lo que incumbe al inconsciente, invocar como una causa el azar. En cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las fechas hasta ese punto. Sobre todo porque esta historia me recordó inmediatamente otra… Me acordé de que un día mi hija me había dicho:”¿Te das cuenta mamá?, eres la mayor de dos niños y el segundo está muerto; papá es el mayor de dos hijos y el segundo está muerto; yo soy la mayor de dos hijos y el segundo está muerto”.
Anne Ancelin Shûtzenberger,
Alma Alicia Hernández