2 Generaciones Número 14 | Page 10

dos generaciones Corrió con un lento movimiento la cremallera del escueto bolso de viaje. Con la mirada fue deteniéndose en cada ángulo de la habitación, en cada mueble, en cada objeto, y luego se apoyó unos momentos en el alfeizar de la ventana contemplando por última vez las montañas que circundaban el horizonte. dos generaciones EN BUSCA DE LA PAZ Por: Brígida Rivas La mañana veraniega era fresca y luminosa. Los pájaros trinaban con su atolondrado revolotear libres y alegres. el Se sentía prisionero dentro del círculo que acotaba la verja del jardín de la casa de campo. A pesar de todo hubo un tiempo en que allí fue feliz. Entornó los negros ojos que bajo sus espesas cejas se movían pesadamente casi con dolor. Revivió las sensaciones que le produjeran los acontecimientos que un día allí se desarrollaron. Su cara morena, redonda, enmarcada por un cabello negro y espeso, de boca grande y labios gruesos tenía ,la expresión de una dulce tristeza que se manifestaba en los lánguidos movimientos de su cuerpo recio, de extremidades mas bien cortas. Vestía sencillamente, con pulcritud pero se advertía la dejadez que caracteriza la indumentaria del hombre que hace tiempo que vive solo. Esperaba el coche que vendría a recogerlo en unos pocos minutos. Allí dejaba 40 años de su vida. 40 años y todas sus pertenencias personales. Sobre el último estante de la librería los trofeos ganados en competiciones de ajedrez, debajo sus libros preferidos. En la vitrina su colección de monedas. Sobre el piano las fotografías que daban fe de tantas horas de diversión y camaradería. Iba a emprender una nueva vida y quería dejar atrás todo recuerdo. Se dirigía a una ciudad nueva, cuidadosamente elegida, donde 9 FOTOGRAFÍA MIGUEL V. BASURTO Imagen: Coley Christine Catalano nunca había puesto el pie. Es decir, libre de amistades, de recuerdos, de deseos de reencuentros. Quería empezar de nuevo, tenía que hacerlo, y era consciente de que le iba a doler el alma. Se preparaba para su voluntario exilio casi contento. Sin duda aquella era la única forma de autocastigarse por todo lo que su conciencia le reprochaba un día y otro. en cada momento. Recordaba las llegadas a casa después de entrevistas inconfesables. Las salidas del baño después de un esmerado aseo con el pensamiento en oscuros deseos lejos del hogar. Las noches de partido de su equipo favorito, cuando compartía con sus amigos una botella de vino delante del televisor del bar. Mientras tantos, ella, en su soledad agonizaba lentamente traspasada de dolor por las mordidas del cáncer, y la mas negra ingratitud de la persona a la que tanto le había entregado. También le dolían los momentos felices, por no poder regresarlos, por no haberlos adherido a su alma como escudo contra tanta acechanza engañosa y fraudulenta. Todos aquellos recuerdos le llenaban el alma de amargura. Desde hacía tres años, tres largos y amargos años, Se sentía perseguido por el recuerdo de la luminosa mirada de ella en los buenos tiempos, por el ansia de sentir sus mórbidos brazos alrededor de su cuello, por el deseo inextinguible de su lascivo cuerpo en las noches interminables de placer. Se acercó al piano que tantas veces tocaron juntos, cogió el retrato de ella, lo miró largamente, luego lo puso sobre su corazón en un gesto emocionado y volvió a dejarlo en su lugar, donde dentro de pocos minutos sería pasto de las llamas que él mismo provocaría antes de subir al coche que lo alejaría de tanto amor, de tanta ingratitud, de tanto remordimiento. Especial Brígida Rivas 10