dos generaciones
Corrió con un lento movimiento
la cremallera del escueto bolso
de viaje. Con la mirada fue
deteniéndose en cada ángulo de
la habitación, en cada mueble,
en cada objeto, y luego se apoyó
unos momentos en el alfeizar de la
ventana contemplando por última
vez las montañas que circundaban
el horizonte.
dos generaciones
EN BUSCA DE LA PAZ
Por: Brígida Rivas
La mañana veraniega era fresca y
luminosa. Los pájaros trinaban con
su atolondrado revolotear libres
y alegres. el Se sentía prisionero
dentro del círculo que acotaba la
verja del jardín de la casa de campo.
A pesar de todo hubo un tiempo en
que allí fue feliz. Entornó los negros
ojos que bajo sus espesas cejas
se movían pesadamente casi con
dolor. Revivió las sensaciones que
le produjeran los acontecimientos
que un día allí se desarrollaron.
Su cara morena, redonda,
enmarcada por un cabello negro
y espeso, de boca grande y labios
gruesos tenía ,la expresión de una
dulce tristeza que se manifestaba
en los lánguidos movimientos de
su cuerpo recio, de extremidades
mas bien cortas.
Vestía sencillamente, con pulcritud
pero se advertía la dejadez que
caracteriza la indumentaria del
hombre que hace tiempo que vive
solo.
Esperaba el coche que vendría a
recogerlo en unos pocos minutos.
Allí dejaba 40 años de su vida. 40
años y todas sus pertenencias
personales. Sobre el último estante
de la librería los trofeos ganados en
competiciones de ajedrez, debajo
sus libros preferidos. En la vitrina
su colección de monedas. Sobre
el piano las fotografías que daban
fe de tantas horas de diversión y
camaradería. Iba a emprender una
nueva vida y quería dejar atrás
todo recuerdo.
Se dirigía a una ciudad nueva,
cuidadosamente elegida, donde
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FOTOGRAFÍA
MIGUEL V. BASURTO
Imagen: Coley Christine Catalano
nunca había puesto el pie. Es decir,
libre de amistades, de recuerdos,
de deseos de reencuentros.
Quería empezar de nuevo, tenía
que hacerlo, y era consciente de
que le iba a doler el alma.
Se preparaba para su voluntario
exilio casi contento. Sin duda
aquella era la única forma de
autocastigarse por todo lo que su
conciencia le reprochaba un día y
otro. en cada momento.
Recordaba
las
llegadas
a
casa después de entrevistas
inconfesables.
Las salidas del baño después de un
esmerado aseo con el pensamiento
en oscuros deseos lejos del hogar.
Las noches de partido de su equipo
favorito, cuando compartía con sus
amigos una botella de vino delante
del televisor del bar.
Mientras tantos, ella, en su soledad
agonizaba lentamente traspasada
de dolor por las mordidas del
cáncer, y la mas negra ingratitud
de la persona a la que tanto le
había entregado.
También le dolían los momentos
felices, por no poder regresarlos,
por no haberlos adherido a su
alma como escudo contra tanta
acechanza engañosa y fraudulenta.
Todos aquellos recuerdos le
llenaban el alma de amargura.
Desde hacía tres años, tres largos y
amargos años, Se sentía perseguido
por el recuerdo de la luminosa
mirada de ella en los buenos
tiempos, por el ansia de sentir sus
mórbidos brazos alrededor de su
cuello, por el deseo inextinguible
de su lascivo cuerpo en las noches
interminables de placer.
Se acercó al piano que tantas veces
tocaron juntos, cogió el retrato de
ella, lo miró largamente, luego lo
puso sobre su corazón en un gesto
emocionado y volvió a dejarlo en
su lugar, donde dentro de pocos
minutos sería pasto de las llamas
que él mismo provocaría antes de
subir al coche que lo alejaría de
tanto amor, de tanta ingratitud, de
tanto remordimiento.
Especial Brígida Rivas
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