Un 8 de marzo, celebrando el “Día Internacional de la Mujer”, recibí un mensaje diciendo: “Felicidades porque somos iguales, pero quieren trato especial”; por supuesto se trataba de una felicitación con el ánimo de provocar una reacción en mí, que de inmediato resultó y contesté: “Gracias, pero ¡Claro que no somos iguales y sí merecemos trato especial!”.
En mi época de adolescente empecé a escuchar de la “Liberación Femenina”, de la famosa frase “Amor y Paz”, junto con las canciones de los Beatles y de las protestas de los jóvenes, que si hubieran sido mejor encausadas probablemente hubieran tenido mejor resultado.
Desde el punto de vista de una jovencita, proveniente de una familia humilde, pero formada con valores; soñadora, pero con la madurez que da una vida sencilla, incluso con carencias económicas, reflexionaba sobre estos temas y me parecía absurdo que las mujeres en su lucha pelearan por entrar a una cantina por ejemplo, aunque, qué bueno que lo consiguieron. Una comida de buen sabor acompañada de una copa, no está mal de vez en cuando. Otro absurdo, querían dejar de usar sostén, decían sentirse amarradas, yo pensaba: “Qué incómodo, pues si se sienten apretadas que usen una talla más grande”. Luego el “Amor y Paz” se malentendió dando lugar a las relaciones sexuales, sin mayor compromiso, producto también de alcohol y drogas en lugar de ser consecuencia de responsabilidad y amor verdadero.
Luego, al paso de los años, sigo escuchando sobre los derechos de la mujer. ¿Acaso no todo derecho lleva implícita una obligación? Veo que en nuestro afán de ser iguales estudiamos una carrera, invadimos espacios anteriormente exclusivos para hombres, conquistamos posiciones que ni remotamente hubiéramos imaginado. Ahora, lo mismo hay pilotos, bomberos, boxeadores y albañiles mujeres.
MAGGIE CONTRERAS
42