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Analizando, podemos observar que en
ella hay un hecho y una interpretación:
• Hecho: Mis padres no me abrazaron
nunca
• Interpretación: Luego nunca me qui-
sieron
Y lo relevante está en descubrir que mi
interpretación no tiene porqué ser cierta,
quizás ellos me quisieron a su manera,
como sabían querer, pero que es ésta, mi
interpretación, lo que me produce su-
frimiento real y permanente; no tanto el
hecho. Quizás no abrazaron esos padres,
porque no era su costumbre, porque a
ellos los abuelos tampoco les abrazaron.
No olvidemos que eran otros tiempos y de
mucha mayor rigidez y contención emo-
cional que estos tiempos.
Creo sinceramente, que las personas de mi
generación somos la primera generación,
hablando en términos generales, que vive
y crece preocupada por ser unos “buenos
padres”, por hacerlo bien. Tenemos dudas
que jamás tuvieron nuestros padres: ¿Lo
estaré haciendo bien? ¿Estoy siendo de-
masiado duro? ¿Demasiado blando?
o de la responsabilidad de sus actos.
stionar lo que pasa desde el aquí y el
os en un pasado que ya no podemos
cambiar.
años, en que por una tontería, mi padre me soltó
un bofetón en plena cara…”–
• "Mis padres no me abrazaron nunca,
luego, nunca me quisieron en realidad."
Juzgamos la actuación de otros desde nuestro
saber de hoy, desde nuestra consciencia actual,
pero no podemos saber lo que hubiéramos he-
cho nosotros con su nivel de consciencia. Y esto
es tan cierto, que siendo muy conscientes del
daño que hemos recibido como hijos, no somos
Nadie puede vivir en paz sin haber sanado la he-
rida con quien nos dio la vida, al fin y al cabo, el
mejor regalo que tenemos, son nuestros padres.
Perdonar no significa eximir al otro de la res-
ponsabilidad de sus actos. Es un proceso que nos
permite gestionar lo que pasa desde el aquí y el
ahora, sin enganches anclados en un pasado que
ya no podemos cambiar.
Perdonar nos permite vivir ligeros, aliviados del
siempre tóxico bagaje del rencor. Perdonamos
para vivir mejor nosotros.
PREGUNTAS:
• ¿Puedo perdonar con facilidad o vivo
enganchado a muchos resentimientos?
• ¿Cada vez que recuerdo un daño anti-
guo, siento la misma emoción?
• ¿Si no puedo, me doy cuenta de la car-
ga de sufrimiento que eso me genera?
• ¿Puedo interpretar el daño como tor-
peza?
• ¿Me doy cuenta de que perdonar es
una conducta que me permite bienvivir
a mí, que no lo hago sólo por el otro, sino
fundamentalmente por mi propio bien-
estar? Si es así, ¿Qué estoy dispuesto a
hacer por mi bienvivir?
• ¿A quién decido hoy perdonar, y cómo
lo voy a hacer?
Observa la siguiente frase, que yo he escuchado
muy frecuentemente en mis sesiones de coa-
ching:
Seamos conscientes de que como padres si to-
mamos conciencia de haber hecho daño a un
hijo, inmediatamente queremos ser perdonados,
pues nuestra intención fue la mejor, pero, como
hijos a veces nos cuesta años perdonar a nues-
tros padres.
Revi
Mientras me lo contaba su cara enrojeció como
si acabase de recibir ese mismo bofetón. El pro-
blema es que ante un comportamiento violento
e inesperado de un padre, el niño piensa que lo
hace porque no lo quiere, y ahí empiezan las in-
terpretaciones.
Nuestros padres consideraban que los hi-
jos eran una posesión, y que su deber era obede-
cer o recibir castigo, y el suyo era simplemente
proveer lo material, sin necesariamente hacer
conexión con la ternura, el amor, la educación
en valores afectivos, la paz. En aquella época (y
no es crítica sino constatación) primaban los va-
lores de obediencia, autoridad, respeto, lealtad,
temor, etc., sobre valores más ligados a vínculos
afectivos saludables. De ahí el nivel de heridas
emocionales y de analfabetismo emocional que
encontramos hoy en los adultos de mediana
edad. Por tanto, desde esa mirada, desde esa
torpeza, para ellos estaban haciendo lo correcto,
y quizás, si nosotros hubiésemos crecido en esa
época hubiéramos hecho lo mismo.
tan conscientes del daño que producimos como
padres, porque nosotros también somos torpes y
también les generamos heridas a nuestros hijos,
pero no nos damos cuenta.