Revista Amarantos, primavera de 2012
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Guadalupe llevaba tres años en Valdivia cuando tuvo a su primer hijo, y con él salió a pescar hasta que tuvo seis meses de embarazo. Sin embargo, cuando vino el segundo la situación se tornó más difícil porque el menor era muy pequeño. Fue durante esta etapa de su vida en la que poco a poco se alejó del mar. Diez años pasaron hasta que un día su marido le contó que había hablado con un comerciante valdiviano, y que éste le había pedido ochenta bandejas de pejerreyes. “Tuve que ir a una tienda a comprar una cámara de frío porque sólo tenía el refrigerador. Todo esto pasó hace siete años. Ahora hay semanas en las que entrego hasta cien bandejas”, dice. Armada con su traje y botas para agua, “pancito, té o café”, sale a pescar día por medio. La jornada comienza a las siete de la tarde, y se extiende hasta la una o tres de la madrugada, independiente de si hay o no buen clima. “Aquí temporal o no temporal se sale igual (…) si no sale imagínese, si hay temporal todo un mes... ¿qué come?”. Como la época de pejerreyes comienza en septiembre, durante el invierno también salía a pescar róbalos con su esposo y algún otro familiar de él. “Antes salía cuando faltaban pescadores. Ahora están los hijos grandes, así que ya no me llevan”, pero como buena mujer comerciante, les compra parte de la pesca a ellos, la limpia, y luego se la vende a sus clientes valdivianos. Hasta hace tres años también limpiaba choros todos los días, pero una contractura mal cuidada por el esfuerzo que le demandaba el trabajo - la obligó a dejar de hacerlo. A pesar de haber estado en terapia durante dos años, hay días en los que aun siente molestias en su brazo.
sabe tejer, entre risas confiesa que no, y que en realidad no le conviene. “Si supiera, me tendrían todo el día en eso”, admite. Al continuar la conversación con su esposo, y preguntarle qué dicen sus compañeros porque su señora es pescadora, simplemente mira y comenta “feliz el que la tiene, eso dicen”.
Un pumita y dos delfines en el muelle familiar Al salir de la casa familiar y descender por el único camino que pasa por fuera del portón, inevitablemente se llega al río. Ahí, a vista y paciencia de todo el que pase, descansan tres muelles continuos. “Para sortear esta situación, no Dos de la comunidad (uno está son suficientes la determinación prácticamente inutilizable), y un individual ni la solidaridad familiar tercero que la familia Morán Puma o de grupo. Por esta razón, en terminó de construir hace seis mevarias instancias se ha subrayado ses. Al observar la estructura y sus la necesidad de tomar mediterminaciones, se puede apreciar que fue hecho a pulso, pero de das concretas para ofrecer las manera muy meticulosa. Se demismas oportunidades hombres y moraron un mes en tenerlo listo. mujeres, si se desea que ambos “En la medida que íbamos teniensean plenamente eficientes” do lo íbamos haciendo, o sino, nos (FAO, 1990; Mora M. et al., 1991; hubiéramos demorado menos”, Senet et al., 1991; CEC, en prep.). comenta Guadalupe. Benito cuenta que decidieron hacerlo porque necesitaban tener un lugar para dejar sus botes y así trabajar más tranquilos. La rampa submarina que hay al costado izquierdo, permite que los botes queden fijos de manera más próxima a la orilla, y eso facilita la descarga del pescado que trasladan en carretillas hasta la casa, para que la señora Puma pueda limpiarlo. Guadalupe tiene su propio bote y se llama El Pumita III. Lo compró a medias con uno de sus hermanos en octubre del a