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A lo largo de sus 300 años, Rosario forjó su identidad a través del esfuerzo y la determinación de su gente. Sin la tutela de la curia ni el peso del ejército, la ciudad creció con un espíritu libre, comercial e industrial, convirtiéndose en una potencia productiva del interior argentino. De puerto marginal a centro fabril, el camino no fue sencillo, pero sí emblemático. A partir de 1940, la ciudad vivió un proceso de transformación económica profunda, impulsado primero por la sustitución de importaciones y luego por la industria pesada, que determinaron gran parte de su perfil actual.

La Segunda Guerra Mundial rompió el flujo tradicional del comercio internacional. Argentina, hasta entonces fuertemente dependiente de las importaciones, enfrentó una escasez de productos esenciales. En ese vacío, se abrió una oportunidad histórica: producir lo que ya no podía comprarse afuera. Esa dinámica generó las condiciones para una incipiente industrialización que, si bien ya venía gestándose desde principios del siglo XX, encontró en Rosario un terreno fértil para florecer.

Con su ubicación privilegiada sobre el río Paraná, una base comercial consolidada y un espíritu empresarial activo, fue una de las ciudades que capitalizó mejor este momento. Empresas como la fábrica de maquinaria agrícola Gema y la fábrica de motores para refrigeración Fader, por caso, emergieron en ese primer empuje industrial. Se trataba, en muchos casos, de compañías familiares o iniciativas locales que buscaban abastecer la demanda interna de electrodomésticos, repuestos, alimentos procesados y herramientas. Estas industrias no sólo respondían a una necesidad coyuntural, sino que comenzaron a sentar las bases de una cultura productiva regional que se mantendría por décadas.

Con escasa participación estatal en ese primer impulso, el mercado interno fue el gran motor. Pero hacia mediados de los ‘40, el Estado argentino comenzó a involucrarse más activamente, dando forma a una nueva etapa del desarrollo económico nacional.

El modelo sustitutivo

y su expansión

A partir de 1946, con políticas proteccionistas más firmes, créditos del Banco de Crédito Industrial, subsidios y aranceles altos, se consolidó un modelo de sustitución de importaciones que se convirtió en el eje del desarrollo industrial del país. Rosario fue una de las ciudades que más provecho sacó de este escenario, que se mantuvo incólume hasta la década de los 70, cuando el modelo se agotó.

El surgimiento de empresas como Acindar (1942), dedicada a la producción de acero, marcó un hito en el desarrollo de la industria pesada en el interior. La planta ubicada en Villa Constitución, a pocos kilómetros de Rosario, fue clave para abastecer la creciente demanda de metal en sectores como la construcción, la maquinaria agrícola y la automotriz. En paralelo, compañías como Francovigh (1945), Fric Rot (1945), Liliana (1946) y Cametal (1947) consolidaron una matriz industrial más compleja. Cametal, por ejemplo, fue pionera en la fabricación de carrocerías para ómnibus, generando un rubro que colocó a Rosario en el mapa nacional del transporte de pasajeros.

Durante los años ‘50, Rosario se convirtió en un laboratorio de lo posible. Se fundaron talleres metalúrgicos, fábricas textiles, industrias químicas. Muchas de estas empresas nacieron como pymes y, con el tiempo, se transformaron en marcas emblemáticas. Montenegro Hermanos (1947), Argental (1949), Estexa (1949) y La Gallega (1950) reflejan la amplitud de sectores que crecían simultáneamente. Algunas de ellas, como Argental, innovaron en maquinaria panadera y exportaron su tecnología, mostrando que el modelo de sustitución no sólo abastecía al país, sino que podía proyectarse al mundo.

La expansión del modelo también generó un nuevo tipo de ciudadanía industrial: trabajadores especializados, técnicos medios, ingenieros y administradores que dieron vida a un ecosistema donde el trabajo tenía un valor central.

Frondizi y la era del desarrollismo

El gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962) introdujo una nueva fase: el desarrollismo. Se trató de un modelo que combinó la promoción estatal con la inversión extranjera directa. Bajo el paraguas de acuerdos bilaterales y créditos internacionales, el país atrajo a empresas multinacionales que instalaron plantas industriales en distintos puntos del país.

Rosario no quedó al margen. La llegada de John Deere (1958), con su planta de maquinaria agrícola, fortaleció la relación histórica de la región con el agro, pero desde una nueva perspectiva: la tecnificación. La siderurgia también se amplió con Sipar, hoy parte del grupo Gerdau. Estas inversiones no sólo generaron empleo, sino que trajeron consigo transferencia tecnológica, capacitación y modernización en la gestión industrial. Frondizi también impulsó la creación del Conicet y otros organismos que comenzaron a conectar ciencia e industria.

El ecosistema se retroalimentó. Con más industrias, surgieron nuevos proveedores, servicios logísticos, oficinas técnicas. Rosario se consolidó como una ciudad fabril, con una clase media obrera organizada, sindicatos fuertes y un entramado económico que giraba en torno al trabajo industrial.

Una característica distintiva del proceso rosarino fue la descentralización del aparato industrial. A diferencia de Buenos Aires, donde muchas fábricas se concentraban en grandes conglomerados, Rosario vio florecer cientos de talleres medianos y pequeños que daban vida a barrios enteros.

La ciudad se volvió un entramado de chimeneas y galpones que convivían con la vida cotidiana. En la zona sur, los obreros caminaban desde sus casas hasta las plantas; en el oeste, florecían las metalúrgicas de repuestos; en el norte, el transporte urbano conectaba zonas fabriles con la periferia. La ciudad se desarrolló en torno al trabajo, a la producción, al hacer.

La industria moldeó la geografía urbana y también la cultura del trabajo. Se instalaron escuelas técnicas, surgieron centros de formación obrera, se profesionalizó el oficio del tornero, del matricero, del electricista industrial. Las familias organizaban su vida en función del turno de fábrica; los clubes barriales eran espacios de sociabilidad ligados al mundo del trabajo. Rosario no sólo producía bienes: producía identidad.

Diversificación

y señales de fatiga

Durante los ‘70, Rosario siguió incorporando empresas, pero ya no ligadas al cordón umbilical de la metalmecánica. Algunas apostaban a la obra pública, otras al desarrollo inmobiliario o al transporte. El entramado productivo se diversificaba, incorporando nuevos rubros como el plástico, la electrónica, los alimentos elaborados.

Al mismo tiempo, comenzaron a vislumbrarse las tensiones internas del modelo. La inflación crónica, los conflictos sindicales, la dependencia de insumos importados y una productividad estancada afectaban la competitividad de muchas industrias. El proteccionismo había permitido crecer, pero también generó empresas poco eficientes, con baja innovación y limitada orientación exportadora.

A fines de los ‘70, mientras el país entraba en una etapa de apertura comercial y política de ajuste, muchas empresas comenzaron a sentir la presión.Rosario mostró capacidad de adaptación a la nueva época. Surgieron emprendimientos que buscaron posicionarse con modelos más ágiles, enfocados en calidad, innovación y diversificación. Rogiro Aceros (1977), Arneg (1977), Gamma (1978) y Sesa Select (1979) fueron parte de esta nueva generación industrial. Apostaron por tecnologías más eficientes, estructuras empresariales modernas y una orientación más competitiva.

Muchas de estas empresas, nacidas en plena transición, lograron sostenerse a lo largo de las décadas y todavía hoy son parte del paisaje económico de Rosario. Sus historias reflejan no sólo perseverancia, sino también capacidad de leer los cambios del mercado y reinventarse.

El período de la sustitución de importaciones dejó más que fábricas y empleos. Dejó una cultura productiva, una ética del trabajo y una identidad profundamente ligada al hacer. Rosario se convirtió en una ciudad-taller, en el mejor sentido del término. Un lugar donde la industria no era una abstracción, sino una parte de la vida cotidiana. La presencia de tantas empresas surgidas en ese medio siglo explica también la resiliencia de Rosario en momentos difíciles. Ante cada crisis, existió una base de conocimiento, de infraestructura y de redes que permitió reinventarse. El aprendizaje acumulado fue, quizás, el mayor capital de la ciudad.

El legado fabril

Aquella ciudad marginal, nacida sin la bendición de obispos ni el resguardo de cuarteles, supo construir su destino con herramientas, motores y convicción.

El legado industrial de 1940-1990 es parte de esa historia. Una etapa que no debe idealizarse, porque mostró sus límites ante la presencia de un mundo mucho más globalizado y entrelazado, pero sí se la puede comprender en su dimensión transformadora. Fue la etapa en que la ciudad se hizo con sus manos. En cada horno de Acindar, en cada línea de montaje de Liliana, en cada chasis de Cametal, en cada estantería armada por un tornero de barrio.

Cuando nuevas industrias, basadas en software, biotecnología y energías limpias, comienzan a ganar protagonismo, vale la pena recordar que Rosario supo ser de vanguardia en la sustitución de importaciones. Con todos sus logros y con todos sus límites.

Crecer a manos propias,

del taller a la industria

La escasez de bienes durante la guerra mundial activó la producción nativa. El modelo se prolongó con políticas proteccionistas pero se agotó en los 70.

ENTREVISTA CON GASTÓN MINARDI

SUSTITUCIÓN DE IMPORTACIONES

Botadura de la reparación de una embarcación en un astillero de Rosario en los 50.

La metalmecánica emergió con fuerza en la sustitución de importaciones.

LA HISTORIA PRODUCTIVA

Desfile de obreros e industriales por la calle Córdoba, en 1954.

Trabajadores de una industria cerámica en la zona sur de Rosario, en los 40.

La inauguración de la sede local del banco provincial, en 1952.

Vista aérea de instalaciones portuarias y ferroviarias, en 1939.

El interior de la tienda “La Sorpresa”, del barrio Echesortu, en 1959

Por PATRICIO DE GAETANO