Hace 300 años Rosario no era más que un caserío rural en el mapa de un país aún en formación. Hoy, tres siglos después, celebra su aniversario con una historia que no se escribió en los despachos oficiales, sino a orillas del Paraná. Allí, donde el comercio de granos y carnes, las huelgas obreras y las fábricas se levantaron a la par del campo y forjaron un destino común de lucha y trabajo.
El crecimiento que la ciudad experimentó entre 1880 y 1930 -una época de crisis, transformación y tensiones sociales- la erigió como un motor industrial y comercial clave para la Argentina.
En las últimas décadas del siglo XIX, el puerto se transformó en el engranaje fundamental del modelo agroexportador. Para 1880 Rosario ya era el primer puerto exportador del país y la “niña mimada”, impulsado por la tríada campo-ferrocarril-puerto. Esto trajo aparejado un importante aumento demográfico, atrayendo a corrientes inmigratorias y migraciones internas que le dieron las características de “ciudad gringa”. Los granos santafesinos, bonaerenses y cordobeses pasaban por sus muelles antes de partir a Europa.
Para el historiador y profesor Paulo Menotti, Rosario fue el “paradigma del modelo”. Su auge no fue casual, sino el resultado de un “oportunismo comercial” bien aprovechado por los actores locales que vieron en el puerto y los ferrocarriles herramientas para integrarse al capitalismo global.
¿El resultado? Crecimiento urbano, multiplicación de servicios, llegada masiva de inmigrantes y la aparición de nuevas formas de sociabilidad. También de nuevos conflictos. La ciudad no sólo se adaptó al modelo agroexportador, sino que lo interpretó y lo encarnó.
Inmigrantes, uno
de los motores del progreso
Entre 1857 y 1914, Rosario fue uno de los principales receptores de inmigrantes. Italianos, españoles, polacos, alemanes, croatas, rusos, árabes, turcos y brasileños se sumaban al mosaico cultural en medio de la hambruna y la guerra del otro lado del Atlántico. La gran mayoría se estableció en la ciudad y alrededores, formando una clase trabajadora urbana activa y una red de colonias agrícolas que alimentaban al puerto.
Este proceso, sin embargo, no estuvo exento de conflictos. Rosario también fue escenario de reclamos laborales y movimientos obreros. Las huelgas de los trabajadores de la década de 1890, como la de los estibadores portuarios en 1893 y la de los ferroviarios en 1901, fueron prueba de la creciente organización social y de la lucha por condiciones de trabajo más dignas. La clase trabajadora rosarina empezó a organizarse en asociaciones de socorros mutuos, clubes de inmigrantes, sindicatos y periódicos obreros.
Para 1910, año del primer centenario de la Revolución de Mayo, la ciudad contaba con casi 200.000 habitantes, de los cuales más de la mitad eran inmigrantes. Y el norte de Rosario comenzaba a delinearse con la instalación de fábricas, talleres y barrios obreros, todos ligados al crecimiento vertiginoso de la actividad portuaria.
El puerto ya había superado las 4 millones de toneladas anuales de granos. Grúas, elevadores y una usina eléctrica le daban una apariencia de avanzada. Mientras, la ciudad asomaba como un verdadero polo de desarrollo industrial.
Un dato no menor: en medio del bullicio portuario y los campos que rendían sus cosechas al Paraná, un puñado de visionarios –productores, comerciantes, exportadores– comprendió que era necesario un espacio en el que el intercambio tuviera reglas claras y confianza. Así se fundó el 18 de agosto de 1884 la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR). Desde entonces, no sólo marcó precios, sino que marcó el pulso de la región y se convirtió en referencia nacional.
Paralelamente, las casas exportadoras y acopiadoras de cereales –muchas de ellas extranjeras o ligadas a familias inmigrantes exitosas– construían su propio poder. Firmas como Bunge & Born o Dreyfus, junto con empresarios locales como los croatas Jakas, Ivancich y Kokic, consolidaban una red de negocios que articulaba el campo con el mundo. Desde sus oficinas se tomaban decisiones que afectaban los precios internos de los alimentos, los flujos ferroviarios y hasta la economía de los pueblos.
“La ciudad fue epicentro del tránsito de productos y personas. De un lado, toneladas de trigo, maíz, lino, cueros y carnes que salían por el puerto; del otro, un flujo constante de inmigrantes que llegaban desde ultramar buscando trabajo y un nuevo comienzo. Muchos se asentaban en barrios periféricos como Refinería, Tablada o Arroyito, donde proliferaban talleres, viviendas precarias, almacenes y cafés”, repasó Menotti en diálogo con Punto biz. Rosario combinaba la gran escala exportadora con la dinámica barrial y artesanal.
La industria frigorífica, que tuvo sus primeros pasos con empresas como Swift y Paladini, se consolidó también en las primeras décadas del siglo XX, período además caracterizado por una marcada ambición cosmopolita.
Pionera en el concepto de grandes tiendas por departamentos en el país e inspirada en los modelos europeos, La Favorita –ubicada en Sarmiento y Córdoba– abrió sus puertas el 18 de mayo de 1897. Fue concebida por los hermanos asturianos Ramón y Ángel García como un emblema de modernidad y elegancia, y pensada para una clase media en ascenso que demandaba productos importados, variedad y una nueva experiencia de consumo.
El desembarco de Gath & Chaves también marcó un hito en la historia comercial de la ciudad. Con sede original en Buenos Aires, la firma vio en Rosario un punto estratégico para su crecimiento económico por su condición de puerto clave en el interior del país. El 4 de noviembre de 1927 se inauguró la tienda en la esquina de Córdoba y San Martín. Llegó desde la capital para transformarse en una de las más populares de Rosario y ser la competencia directa de La Favorita, a sólo 100 metros.
Efervescencia política
Durante las décadas de 1910 y 1920, Rosario fue un lugar de gran efervescencia política y social. La clase trabajadora se movilizaba, con crecientes demandas por mejores salarios y condiciones laborales, y la ciudad fue un caldo de cultivo para ideas socialistas, anarquistas y sindicalistas. La clase obrera rosarina, compuesta en su mayoría por inmigrantes y sus hijos, desarrolló una identidad política combativa, profundamente urbana y crítica del orden social dominante.
“La ciudad vivió una paradoja. Por un lado, era un ejemplo de modernización, con el puerto y las fábricas marcando su perfil. Pero, por el otro, sus barrios obreros eran el reflejo de la desigualdad. En 1924, por ejemplo, el movimiento portuario había alcanzado un promedio anual de 5 millones de toneladas, pero los trabajadores de los muelles seguían viviendo en condiciones muy precarias”, explicó el historiador.
Con la sanción de la Ley Sáenz Peña, en 1912, se abrieron nuevos canales de participación política y el Partido Socialista comenzó a tener presencia en el Concejo Municipal. Las ideas de justicia social, democratización del acceso a la vivienda, salud pública y educación tomaron fuerza.
Al mismo tiempo, el modelo agroexportador mostraba signos de agotamiento. La Primera Guerra Mundial y la crisis del comercio internacional golpearon a las exportadoras y, con ellas, al empleo urbano. Pero Rosario respondió con cierta creatividad. La ciudad empezó a diversificar su economía, a desarrollar industrias livianas, a impulsar cooperativas de consumo y a fortalecer su red educativa. Aunque, claro, no salió ilesa.
Sortear la crisis
Durante la crisis del ‘29, Rosario sintió el impacto del colapso económico global. Como ciudad clave del modelo agroexportador, la abrupta caída de la demanda internacional de granos y carnes afectó directamente a su economía con una fuerte contracción en las actividades portuarias y en el empleo industrial. El puerto, que hasta entonces simbolizaba progreso, se convirtió en escenario de inactividad, desempleo y conflictividad social.
La ciudad, cuya identidad se construyó en torno a su rol como “ciudad-puerto”, enfrentó un dilema profundo: la estructura económica que la había impulsado en las décadas anteriores mostraba signos de debilitamiento. La élite dirigente local, según la investigación del historiador Miguel De Marco, reaccionó buscando sostener ese modelo y apelando al discurso de Rosario como eje de la hidrovía y nodo comercial regional. Pero sin poder contrarrestar del todo los efectos del derrumbe.
El cierre de fábricas, la retracción del comercio y el aumento de huelgas marcaron esos años. Los sectores populares, particularmente obreros portuarios y ferroviarios, encabezaron protestas en reclamo de mejores condiciones laborales y asistencia estatal. La conflictividad social fue en aumento, y Rosario se convirtió en una de las ciudades con mayor agitación política del país, lo que reforzó su perfil combativo y sindicalizado.
A pesar de la crisis, logró mantener cierta capacidad de reorganización gracias a sus redes económicas y sociales y a su rol estratégico en el corredor exportador. Si bien la década del ‘30 fue un período difícil, también sembró las bases de una transformación que, con el tiempo, derivaría en una economía más diversificada y una sociedad con creciente protagonismo político.
La historia entre 1880 y 1930 muestra a Rosario como una ciudad que se construyó no desde un proyecto centralizado, sino desde una multiplicidad de actores: empresarios, inmigrantes, trabajadores, políticos, educadores. Una ciudad que creció con el comercio mundial, pero que también fue capaz de construir respuestas propias ante las crisis. Que participó del modelo agroexportador, pero que también supo enfrentarlo desde el conflicto social y con una propuesta alternativa. Que nunca esperó soluciones desde Buenos Aires, sino que actuó con autonomía relativa, base territorial y con una idea clara de comunidad organizada.
Cuando se recorre el centro de Rosario o se camina por sus barrios históricos, todavía pueden verse los rastros de ese pasado: las casas de inmigrantes, las viejas estaciones de tren, los galpones reciclados, las avenidas anchas que alguna vez fueron líneas de tranvía. Pero más allá de los edificios, lo que persiste es una cierta forma de “ser ciudad”.
Cuando el campo halló su puerto: el auge agroexportador
A fines del siglo XIX, Rosario dejó de ser un caserío ribereño para convertirse en el engranaje fundamental del modelo agroexportador.
ENTREVISTA CON GASTÓN MINARDI
EL GRANERO DEL MUNDO
El crecimiento de la cuidad entre 1880 y 1930 la convirtieron en motor industrial y comercial clave.
LA HISTORIA PRODUCTIVA
Los talleres ferroviarios de Pérez
trabajaban a full en 1926.
Estibadores del Puerto de Rosario,
en la década del 30.
La industria frigorífica se consolidó en las primeras décadas del siglo XX.
De caserío a ciudad cosmopolita
Si bien Rosario existe desde mediados del siglo XVIII, su crecimiento exponencial arrancó a mediados del siglo XIX, tras la internacionalización de los ríos. Hasta allí, fue un pequeño poblado.
En 1725 en el Pago de los Arroyos vivían unas 300 personas, que cuidaban huertos e intercambian mercancía de contrabando en las bajadas naturales del río.
Recién en 1823 los vecinos consiguieron el rango de “villa ilustre y fiel”, y en 1834 su oratorio de techos de paja pasó a ser una iglesia “con un pórtico neogriego con seis columnas”.
En 1852 la declararon ciudad: tenía el principal puerto de ultramar del interior. Entre 1851 y 1858, la población censada pasó de 3.000 a 9.000 habitantes, 25% de ellos extranjeros.
La primera conformación del espacio urbano rosarino se dio en la década de 1860, detrás de un proyecto de ciudad liberal y capitalista. Se construyeron el ferrocarril, la aduana, un muelle comercial y varios depósitos de mercaderías. Nacía la ciudad cosmopolita.
Por MARCIA CARRARA
Para 1880 Rosario ya era el primer puerto exportador del país.