No existen registros documentales sobre el nacimiento de Rosario. No hay certezas sobre la fecha de su fundación ni hubo un conquistador ni un funcionario que, con decoro y en un acto formal, cargara con tinta una pluma para inmortalizar que “en tal lugar y en tal día” comenzaba la historia de este lugar que habitamos, vaya a saber exactamente desde cuándo.
El único consenso entre los historiadores es, precisamente, la inexistencia de una fundación. A diferencia de todas las grandes urbes del país y la mayoría de las ciudades que inclinaron la balanza en la historia de Latinoamérica, Rosario nació huérfana y se impuso a través de su historia por la persistencia y el sentimiento de identidad de quienes la habitaron.
El primer debate que aparece, entonces, es si los rosarinos deberíamos o no celebrar el Tricentenario en 2025, o cualquier aniversario en general. De hecho, esta misma discusión había surgido en 1925, cuando el entonces concejal Calixto Lassaga Carbonel organizó los festejos del Bicentenario, que años más tarde fueron declarados sin rigor histórico. Esta vez fue el intendente Pablo Javkin quien declaró un año de festejos, junto a una batería de inversiones en obras públicas.
Lo cierto es que sí existen un puñado de argumentos para establecer a 1725 como un año significativo. Algunos son hechos documentados, y otros fueron calificados de mito; como si García Márquez hubiera metido la cola para darnos a los rosarinos un punto de partida macondiano, que combine ficción con realidad y nos pinte como un pago fértil –también– en leyendas.
El primero en plantear que Rosario nació en 1725 fue el vecino Pedro Tuella y Monpesar, un comerciante aragonés que pasó a la historia como el primer cronista histórico de la ciudad (así lo refleja una placa que colgaron en su honor en el Concejo Municipal). En una crónica de 1802, Tuella establece como punto de partida la llegada del español Francisco de Godoy, quien condujo a un grupo de calchaquíes hasta el territorio de lo que hoy es el este de la ciudad, para protegerlos de los guaycurúes. Esa versión, sin embargo, nunca pudo ser respaldada por documentos. “No consta en forma alguna que de Godoy fundara la ciudad, pero no es justo negarle una gloria que bien merece su fundación mítica”, escribió el poeta y dramaturgo Fausto Hernández, en su libro Biografía de Rosario.
Pero los historiadores, que buscan menos versos y más evidencias, no encontraron sustento suficiente para darle la razón a Tuella. “La primera obra histórica que coincide con el relato del aragonés es ‘Anales de la ciudad de Rosario’, publicada en 1897 por Eudoro y Gabriel Carrasco. Sin embargo, allí se reconoce: ‘Pocas noticias hemos podido adquirir sobre el fundador de nuestra ciudad. Sabemos que pertenecía a una familia ilustre, y que en 1725 fundó a Rosario con algunos indios Calchaquíes…’ y agrega que se estableció con su familia, a la que le siguió la de su suegro, Nicolás Martínez. En la obra se supone que no figura en los registros parroquiales porque se ausentaría pronto de aquellos parajes”, explicó el historiador Miguel Ángel De Marco (h). Y reconoció: “Hasta el presente no hay documentación que permita afirmar que Godoy fundó Rosario”.
Coincide en este punto su colega Camilo Scaglia, que opinó: “De Tuella hay relatos orales que él divulgaba en pulperías, basados en un episodio que había ocurrido más de 70 años antes de su llegada a Rosario. No hay evidencia académica para decir que aquella fue la fundación de la ciudad”.
El hallazgo
Cuando parecía que la fecha iba a pasar a la historia en la categoría de puro cuento, el año pasado se dio a conocer un hallazgo que le da relativo asidero al cuestionado Tricentenario: encontraron un acta del Cabildo de la ciudad de Santa Fe, que establece la designación de Francisco de Frías como el primer Alcalde de Santa Hermandad para el Pago de los Arroyos.
“Ese documento confirma la presencia de población y bienes que proteger, en 1725. Por eso, entiendo que corresponde conmemorar los 300 años de lo que podría denominarse la génesis de las instituciones locales. Consultado por un funcionario de la subsecretaría de Cultura municipal al respecto, expresé este parecer”, aclaró De Marco.
Para Scaglia, los festejos de los centenarios responden a una intencionalidad política. “Si la idea es festejar, no tiene lógica festejar el aniversario, porque si algo nos distingue como ciudad es la falta de fundación. Sí podríamos fijar un día para celebrar la rosarinidad, porque la ciudad se construyó con el tiempo, por el sentido de pertenencia de un grupo de personas que decidieron afincarse, y volver a este territorio después de que se inundara, o de que en 1819 fuera devastado por un incendio”, señaló.
Si todo empezó con un grupo de “rosarinos” empeñados en quedarse en este lugar, la pregunta que surge es qué tenía de especial el territorio.
Según explica la historiadora Alicia Megías en el dossier Ciudad de Rosario –que produjo para el Museo de la Ciudad–, la ventaja era que se trataba de un paraje elevado sobre una curva del curso inferior del Paraná, con lo cual, por su altura, las barrancas ofrecían un puerto natural. La ubicación era estratégica también porque estaba a la vera del Camino Real, ruta mercantil de la época, en el medio entre Buenos Aires y Santa Fe. Viniendo desde Buenos Aires el camino se bifurcaba hacia Córdoba y las ciudades del noroeste, y en dirección hacia Santa Fe también se abría una ruta a Asunción del Paraguay.
El oratorio
Si bien Rosario se jacta de no ser una ciudad con una tradición eclesiástica fuerte en relación al resto de las urbes de Latinoamérica, como en cualquier poblado la capilla tuvo un lugar central en su surgimiento. De hecho, fue para que se pueda construir ese templo y para instalar una plaza que el comerciante Santiago Montenegro –que por entonces además administraba justicia y ejercía el poder de policía en el poblado– donó los primeros terrenos “públicos”.
La capilla se inauguró en 1731 –según el libro de Juan Álvarez, Historia de Rosario– y fue durante muchos años el centro neurálgico del caserío. También tuvo un rol importante, desde entonces, la Virgen del Rosario. “Los pobladores tenían como costumbre celebrar su día el primer domingo de octubre. La fiesta fue durante los siglos XVIII y XIX la más tradicional de la ciudad. Gobiernos tan distantes de la Iglesia como el de Nicasio Oroño mantenían en el presupuesto municipal alguna partida destinada a los festejos de la patrona”, relató Álvarez.
Una insignia y la quema
de Rosario
Si para Camilo Scaglia el surgimiento de Rosario podría definirse a partir de una sucesión de hechos identitarios, el primero que se marcó en la historia –y por el que aún somos referencia nacional– es la creación de la bandera, en 1812.
Sin embargo, siete años después de la gesta de Manuel Belgrano ocurrió un hecho también fundante de la identidad rosarina, que tiene mucha menos prensa: el incendio arrasador de la ciudad a manos del Directorio porteño, como parte del enfrentamiento entre unitarios y federales.
“La Capilla del Rosario dependía del Cabildo de Santa Fe, que dirigía una figura tan fuerte como Estanislao López, uno de los principales detractores del intento de centralizar el Gobierno en Buenos Aires. En ese contexto, en 1819 el directorio porteño le encarga a Juan Ramón Balcarce incendiar y arrasar con todo en su avanzada contra Santa Fe, y eso incluye quemar por completo el Pago de los Arroyos, que entonces tenía 1.200 habitantes y más de 160 casas. Todas esas personas, en el mejor de los casos, fueron evacuadas y perdieron todo, porque sólo quedó en pie la Capilla. Sin embargo, volvieron para reconstruir el Pago de los Arroyos de las cenizas”, relató Scaglia en su podcast historiográfico La Rosario que supimos conseguir.
Rosario, un hinterland
Los papeles y la formalidad llegarían cuando Rosario ya estaba armada, en 1852. El 5 de agosto el gobernador Domingo Crespo ordenó que se reconociera a “la Villa del Rosario” como “Ciudad del Rosario de Santa Fe”, trámite que se realizó a expresa solicitud de Justo José de Urquiza, entonces Director Provisorio de la Confederación Argentina.
En los considerandos de la ley que la ungió ciudad se reconocía “su posición local, que la ponía en contacto directo con el interior y el exterior”, “su crecido número de habitantes” (que apenas alcanzaban los tres mil) y “su comercio activo con todos los pueblos de la República”.
El 5 de agosto es trascendente para Rosario porque implica la reafirmación de la voluntad de sus integrantes de “ser ciudad”, detrás del motor del desarrollo: la fe en las potencialidades que disponía como enclave de integración entre la región y el exterior, en lo comercial, logístico y portuario que ya detentaba desde sus más remotos orígenes.
De hecho, el reconocimiento de Rosario como ciudad está atado a otro hito que fue el verdadero parteaguas en la evolución de Rosario: la apertura de los ríos a la libre navegación internacional, ese mismo año. “La internacionalización de la vía navegable le permitió ser la ciudad que fue, de allí que es tan importante mantener operativa la hidrovía y competitiva a la región. Su dinámica de ciudad portuaria la convirtió también en el corazón de un hinterland que hoy se destaca también como región universitaria y generadora de conocimientos y de innovación. Esta dinámica, además, nos puso en primera línea para recibir los sobresaltos internacionales y mundiales, y atravesó instancias sumamente angustiosas a causa de ello. Todos esos aspectos hacen a la identidad de Rosario”, manifestó De Marco (h), especialista en la dimensión ciudad-puerto de Rosario.
Luego estuvieron las oleadas inmigratorias, que moldearon como nada el perfil de una ciudad que, por su potencia económica, se convirtió en el destino de un futuro mejor y una pieza central del modelo agroexportador. “El puerto, los saladeros y luego los frigoríficos fueron centrales en la identidad de Rosario. Incluso cuando en la década del ‘80 la ciudad empieza la conversión a una ciudad de servicios, lo hace en virtud de que la actividad granaria e industrial va empujando el corrimiento hacia los pueblos de alrededor”, recordó Scaglia.
La impronta liberal
La suma de su nacimiento huérfano y su crecimiento portuario y migrante explica la frase que más se ha repetido para definir a Rosario, que se considera “hija de su propio esfuerzo”. Juan Álvarez fue quien creó esta frase largamente repetida, en su libro Historia de Rosario. Allí redefinió la historia de la ciudad al mostrarla como un producto del desarrollo del capitalismo liberal.
El historiador Mario Glück ahondó sobre esta frase en uno de los prólogos del libro: “Esta consigna es a la vez una hipótesis y un mito. Como mito, necesita una continuidad temporal que en este caso está dada por una población esencialmente emprendedora y liberal (..) Estos emprendedores, que lucharon permanentemente a lo largo de la historia contra las limitaciones que les imponían el Estado y los caprichos de la política, son los verdaderos héroes del relato”.
Nacida huérfana y criada
por impulso emprendedor
Rosario se distingue del resto por no haber tenido fundador ni fecha de fundación. La construcción de identidad, signada por el capitalismo liberal.
ENTREVISTA CON GASTÓN MINARDI
Litografía del artista francés P. Mouse, quien residió en Argentina en 1870.
Por MARIANELA BOCANEGRA
LOS ORÍGENES
De caserío a ciudad cosmopolita
Si bien Rosario existe desde mediados del siglo XVIII, su crecimiento exponencial arrancó a mediados del siglo XIX, tras la internacionalización de los ríos. Hasta allí, fue un pequeño poblado.
En 1725 en el Pago de los Arroyos vivían unas 300 personas, que cuidaban huertos e intercambian mercancía de contrabando en las bajadas naturales del río.
Recién en 1823 los vecinos consiguieron el rango de “villa ilustre y fiel”, y en 1834 su oratorio de techos de paja pasó a ser una iglesia “con un pórtico neogriego con seis columnas”.
En 1852 la declararon ciudad: tenía el principal puerto de ultramar del interior. Entre 1851 y 1858, la población censada pasó de 3.000 a 9.000 habitantes, 25% de ellos extranjeros.
La primera conformación del espacio urbano rosarino se dio en la década de 1860, detrás de un proyecto de ciudad liberal y capitalista. Se construyeron el ferrocarril, la aduana, un muelle comercial y varios depósitos de mercaderías. Nacía la ciudad cosmopolita.
Acta de designación del Alcalde
Francisco de Frías.
LA HISTORIA PRODUCTIVA
Declaración oficial de Rosario como
ciudad (1852).
Grabado de Thomás J. Hutchinson de 1863. La imagen representa cómo se veía la ciudad.
Mapa antiguo de la zona donde se asentaba la Capilla del Rosario.