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Había también catorce mesas para jugar al tresillo, un juego de naipes con baraja española (como las de Heraclio Fournier) bastante popular en la época y al póker. En esta planta, como en todas, había tocadores, urinarios y todo tipo de servicios. Estaban decorados con finos azulejos belgas y loza inglesa. “Todo caro, todo de gusto, todo admirable”, concluía el cronista de ‘Celedón’.

Pero la estancia más sorprendente de la Gran Peña eran los salones de la tercera planta. Sus techos eran especialmente altos pero no había columnas, lo que dotaba al lugar de gran amplitud y espacio diáfano. El llamado “salón de fiestas” del casino tenía cinco grandes ventanales hacia San Prudencio y, sobre todo, cuatro grandes vidrieras de diez metros cuadrados que daban a la parte superior del patio de butacas del Príncipe. Costaron 6.400 pesetas. También en ellas, en el centro, estaba grabado el escudo con las letras ‘G’ y ‘P’. En el medio del salón colgaba una gran lámpara de araña. Los ornamentos de paredes y techo eran dorados y el suelo y la parte baja de las paredes de la estancia, de madera noble. Una pequeña escalera llevaba a una especie de palco en el que se oteaba todo el espacio. Enfrente, había una balaustrada en otra entreplanta.

Las obras fueron ejecutadas por Narciso González y la decoración artística la diseñó Saturnino Ortiz de Urbina, de la casa Decvs, que estaba ubicada en el edificio contiguo al teatro en dirección hacia la calle de Eduardo Dato. La Gran Peña se dotó de los más importantes adelantos tecnológicos de la época. Se instaló un sistema de calefacción con radiadores y “avisadores eléctricos de temperatura”. Había terminales de telefonía para comunicar los salones entre sí y con el teatro, cabinas para hablar con el exterior y máquinas de escribir. Pero el gran avance que trajo el casino fue un panel que indicaba “los sillones libres de la peluquería”, “el preciso estado de la función del teatro” y los taxis disponibles en la entrada. “Me parece que indígenas y forasteros van bien servidos”, aseguraba la revista ‘Celedón’. El personal era amabilísimo y elegantísimo y servía los mejores refrigerios.

> De arriba abajo, obras del salón de fiestas de la Gran Peña en 1926, urinarios del casino y vista general de otras de las plantas del club. Imágenes de Ceferino Yanguas cedidas por el Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz

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