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Collins reconoció la contribución individual de Antonio, por su labor en el USNS Vanguard, para hacer de esa misión un éxito. Collins escribió sobre Antonio, “Su contribución fue un factor esencial en el éxito del Apolo 11”. Consecuentemente, la NASA le otorgó el premio “Silver Snoopy” por su excelencia profesional en febrero de 1970. (Antonio era entonces miembro de la Oficina de Naves de Instrumentación en el Centro de Vuelo Espacial Goddard, en Greenbelt, Maryland). También participó en el Proyecto de Prueba Apollo-Soyuz, la primera misión espacial tripulada internacional que tuvo lugar del 15 al 24 de julio de 1975. Por su trabajo en esta primera misión conjunta en el espacio exterior también recibió una mención especial por parte de las tripulaciones de Estados Unidos y la Unión Soviética.

La excepcionalidad de un joven emigrante llegado al país con tan solo 17 años se mide por los logros que a lo largo de su vida Antonio cosechó. Su madre Estefana no solo le embarcó hacia el Nuevo Mundo, sino que le posibilitó explorar un sinfín de oportunidades que la vida le brindó, ayudando a que el sueño de caminar sobre la superficie de la luna se hiciese realidad. Junto a sus habilidades en la ingeniería le acompañaron a lo largo de su vida sus habilidades sociales y lingüísticas, ya que no solo hablaba euskera, sino que también sabía leerlo y escribirlo. Según nos relata su hijo Robert, “Estaba muy orgulloso de eso, especialmente durante la época de la dictadura de Franco en España”. Además, hablaba con fluidez en inglés, español, italiano y alemán. Antonio falleció a la edad de 72 años el 10 de abril de 1992 en Brevard, Florida. Poco imaginaba (¿O sí?) Armstrong cuando dijo aquello de “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” que en realidad estaba describiendo a los miles de pasos que a su vez dieron otros tantos hombres y mujeres que facilitaron que se pudiese llegar a la luna. Entre ellos, un muchacho de Busturia. Uno de los nuestros.

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