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Siguiendo con el relato del señor Martínez, en el momento en que los italianos intentaron forzar con sus blindados las líneas gubernamentales en dirección al trazado del ferrocarril Bilbao-Santander se dieron de bruces con los soldados del Garellano, dejando sobre el terreno numerosas bajas vistas, añadiendo que a los prisioneros se les autorizó “a ganar sus líneas ante la imposibilidad de asegurarles un mínimo de seguridad con arreglo al Convenio de Ginebra”. Tras llegar a un acuerdo con Bergonzoli, Barcaiztegui consiguió la capitulación de sus fuerzas acampadas y en orden de revista, que fueron suministradas por los italianos durante varios días en un gesto que ennoblecía a los contendientes hasta el punto de que captó la atención de los numerosos periodistas extranjeros que seguían el eje de las operaciones militares acompañando a las tropas rebeldes (10).

Era la segunda vez que las tropas vascas hacían pasar un mal rato a las vanguardias italianas —la primera fue en Bermeo-, que en esta ocasión se dejaron llevar por el entusiasmo de la tan traída y llevada “guerra celere”, que fiaba su éxito a la rapidez de sus columnas blindadas, una táctica que solo había tenido éxito en Málaga. Un nuevo disgusto para Mussolini y su yerno Galeazzo Ciano que pudo ser evitado a tiempo para no ensombrecer la tan ansiada conquista de la capital de la Montaña, que se vendió al mundo como un éxito propio al tener no solo la fuerza sino la determinación de rentabilizarlo mediáticamente, algo que no pudieron hacer en Bilbao. Para nuestra pequeña historia quedará el último combate del Garellano, que se produjo en términos de los que enorgullecerse ante un enemigo con ansia de victoria y motivado al que, como ya era costumbre, parecía perderle la euforia.

Cuando se produjo la implosión del Ejército vasco y la desmoralización hizo mella en todo el mundo —en un momento en el que unos tenían la mirada puesta en Santoña y otros en llegar a Asturias-, una unidad con la que nadie contaba supo mantener el tipo el tiempo suficiente para que la toma de Santander no fuese un correcalles sangriento y el pánico fuese dando paso a la resignación y al drama de unos y la alegría de otros, que ya se aprestaban a recibir a los vencedores con la parafernalia habitual en aquella nueva España que hoy recordamos en blanco y negro.

Soldados del Garellano y guardias de asalto relajados en Otxandio (Fondo Blasco Imaz, AHE).

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