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LOS 75 AÑOS TRANSCURRIDOS AÚN SIGUEN APORTANDO MÁS SOMBRAS QUE LUCES SOBRE UNA DE LAS ÉPOCAS YA DE POR SÍ MÁS OSCURAS DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

FIGHTING BASQUES

Hernando formó parte del 12e régiment étranger d´infanterie (12e REI), con el que entró en combate en la defensa de los puentes del río Aisne en junio de 1940, y fue deportado a Mauthausen tras el armisticio, falleciendo en 1941 en el campo de Fallingbostel; Lapeyra Martínez falleció en Mauthausen en 1944; López Balgañón, tras una breve estancia en Mauthausen, falleció en Trier en 1941; Pérez Marquina fallecería en Königsberg en 1941 tras su paso por el infame Mauthausen; Rubianes también estuvo brevemente en Mauthausen antes de recalar en Ziegenheim, donde halló la muerte en 1941; Villamor pasó por Mauthausen de camino a Fallingbostel, falleciendo en 1942 y, finalmente, Zalduegui selló su cita con el destino en el omnipresente Mauthausen en 1941; no en vano era uno de los campos más temidos.

Con ello percibimos dos cosas: la primera, que estos hombres fueron hechos prisioneros durante el devenir de la campaña de Francia al rendirse con sus respectivas unidades y la

segunda, la constatación de un cierto desconocimiento de los documentos militares al elaborar el citado informe de Gogora, donde esta cuestión

-fundamental en este primer período de la deportación- parece tratarse a través del propio trabajo de Gaspar Celaya, pero sin cotejar las fuentes en las bases de alistados en los rangos franceses, lo que lleva a un caso que, para nosotros, resulta especialmente llamativo: el del sacerdote mundakatarra Martín Arrizubieta Larrínaga.

Un hombre de complicada y polémica trayectoria que pasó de alistarse en la LE en Mont de Marsan en 1939 —alistamiento que fue confirmado, como los anteriores, por Guillermo Tabernilla en la documentación militar francesa- a convertirse en colaboracionista del régimen nazi en 1944 tras su paso previo por uno o varios campos, cosa que se niega en el informe tachándole de impostor, como si no fuese posible que adjurase de sus convicciones para salvar algo tan preciado como la vida, lo que hubiese hecho una inmensa mayoría de tener la oportunidad.

Karl Otto Koch, jefe del campo de Buchenwald, y su mujer Ilse Köhler, también conocida como “la bruja de Buchenwald”. Su sadismo y su macabra afición a coleccionar tatuajes de presos por mero capricho la hicieron muy temida. El documento depositado en el Archivo Histórico del Gobierno Vasco es una de las primeras referencias a sus atrocidades, por las que fue condenada a cadena perpetua después de la guerra (https://katrinashawver.com/2014/01/karl-and-ilse-koch.html).